Otra victoria póstuma de Ada Colau en su misión de destruir la Barcelona que antes de ella era “bona si la bossa sona”. Los barrios que considera “pijos” son los menos satisfechos de vivir en Barcelona, según una encuesta del Ayuntamiento. Qué le han hecho los pijos ni de dónde le viene su aversión hacia ellos aún no se sabe. Algunas hipótesis apuntan a que su relación con okupas, antisistema, ácratas, alternativos y perro-flautas agravó su fijación contra el pijerío local e internacional. Ella y su peña llamaban “agentes eco-pijos del sistema” a los militantes de ICV. Luego formó coalición electoral y gobierno con ellos. Resultado después de las últimas elecciones: los barrios más decepcionados con la vida en Barcelona son l'Eixample, Sarrià-Sant Gervasi, Les Tres Torres, Sagrada Família e incluso la frondosa Vallvidrera.

Encerrada en sus delirios y en sus rencores ideológicos, la alcaldesa se dedicó a fomentar el desamparo y la aversión contra pijos, turistas, restauradores, hoteleros y otros servicios al extranjero y a los barceloneses de buen nivel de vida en barrios con alta calidad de vida. Su pijo-fobia contra algunos barrios se sumó a su turismofobia. “No quiero una ciudad a la que solo vengan pijos”, declaró en su primer año de desgobierno. Un turismo al que discriminó a favor del de alpargata, mochila, borrachera y sin un céntimo en el bolsillo.

Era su particular lucha de clases, retrógrada y demencial. Pero todo le valía para encubrir su incompetencia y su falta de modelo político y urbanístico. La responsabilidad de la limpieza étnica de pijos y turistas recayó sobre la concejala Gala Pin, uno de los personajes más siniestros que han pisado el Ayuntamiento. Para aquel dañino equipo, cualquier zona fashion, con comercios de lujo, establecimientos atractivos, empresas boyantes y despachos de categoría, reúne todas las condiciones para merecer la antipatía de los adalibanes, que crearon un clima de hostilidad contra todo lo que oliese a riqueza y bienestar.

Un símbolo de zona pija es la Diagonal y más arriba, que es donde Johan Cruyf quería que viviesen los jugadores del Barça. Curiosa paradoja, porque la pareja de Colau, Adrià Alemany, trabajó para el Barça y mantuvo algún oscuro negocio entre sus diversos chiringuitos. Hasta que su señora lo enchufó en el Ayuntamiento como jefe y responsable de Relaciones políticas e institucionales de los comunes. Un alcalde en la sombra, según los analistas de las tramas colauistas. Símbolo del nepotismo al más alto nivel, ¿qué será del maridísimo ahora que el nuevo alcalde deshoja margaritas sobre sus posibles pactos? ¿Va Alemany en el paquete de las negociaciones entre socialistas y comunes, además de ERC, si finalmente hay otro devastador tripartito?

Como si fuese hoy, en el siglo XVI el filósofo historiador y político florentino, Francesco Guicciardini, escribió: “Entre el príncipe y sus súbditos siempre hay un muro o una niebla que no deja ver más allá la niebla” Y se preguntaba: “¿entre el palacio y la plaza se ha disipado o se ha vuelto más espesa?” Depende de Collboni. No de los pijos.