Según el Observatori Contra l'Homofòbia (OCH), las agresiones contra el colectivo LGTBI han crecido un 34% el primer semestre de este año si se comparan con el mismo periodo del 2022. Ambas cifras superan las de 2019 y 2020, y todo indica que van a más. Estos datos demuestran el fracaso y la inutilidad de Eugeni Rodríguez como presidente del OCH. Un chiringuito subvencionado, hecho a su medida, que no resuelve problemas de violencia homofóbica y los complica. Porque no tiene en cuenta las raíces y causas de toda violencia, sean del sexo que sean, ni que las instituciones encargadas de atajarla no son los comederos de vividores. El 2015, el personaje fue denunciado ante la Justicia por el colectivo barcelonés de la revista Infogai. Le acusaron de haberse designado tesorero de una Federación Comisión Unitaria sin avisar ni convocar a la asamblea general.
Para acallarlos, Rodríguez otorgó un premio de la OCH a Infogai, que cumplía 35 años de existencia. Lo rechazaron. Motivos: “Rodríguez era cómplice del acoso contra el CGB-Infogai”, “actitudes desleales y autoritarias”, "robo de marca”, “propaganda política al servicio de las aspiraciones particulares del responsable y eterno portavoz del OCH”. Desafiaron a los responsables “a explicar qué han aportado a la lucha por la liberación LGTBI”. Además de su “alevosía y mala fe”, alertaban: “No os creáis su falsa vanguardia”. “Sin subvenciones no son nada”. Para retratarlo, tildaron a Rodríguez de “militante profesional”. En su currículum no consta otro oficio ni beneficio que “activista por los derechos LGTBI”. Les faltó añadir que una cosa es ser activista y otra vivir a costa del activismo.
A pesar de que el OCH es una frustración constante, Rodríguez no dimite y ataca con denuncias y censuras estériles. La penúltima rezuma machismo, misoginia y xenofobia. Es su ofensiva contra la escritora y pregonera de las fiestas de la Mercè, Najat el Hachmi. Antes, intentó censurar un libro de texto de ESO que trataba de la homosexualidad y no le gustó. Con actos de inquisidor aferrado a las subvenciones, se otorga méritos que no tuvo, como el de aparecer entre los fundadores del Front d’Alliberament Gai de Catalunya (FAGC), creado en 1975 y pionero en España. Pero sólo fue un segundón con estudios de Derecho inacabados. Ahora es un caso más de la crisis y decadencia de liderazgos en Cataluña en muchos sectores, especialmente en el político.
Eugeni Rodríguez no se parece en nada a los auténticos fundadores e ideólogos del FAGC, y compararlos sería faltar el respeto a todos ellos. Porque eran intelectuales de prestigio como el historiador y heraldista Armand de Fluvià, el pedagogo Eliseu Picó, el dramaturgo Fabià Puigserver, el escritor Alberto Cardín, el cineasta Ventura Pons, el político socialista Germà Pedra y el ideólogo y ensayista Jordi Petit. Todos antifranquistas clandestinos y algunos encarcelados, como Petit. En aquel entonces, Rodríguez fue un advenedizo rampante. Ahora, visto su descalabro, pretende imponer su anticuada visión moral a un movimiento digno de otro y mejor liderazgo sin censores ni inquisidores.