Concluidas sus bien ganadas vacaciones (pasarse el día gritando, armando bulla y amenazando a la sociedad que lo acoge o soporta tiene que ser muy cansado), convenientemente re esencializado y súper vitaminado (me inclino por el calimocho en vena), Tito Álvarez, carismático líder de Élite Taxi, ha vuelto a la carga con más energía que nunca. El hombre está que trina con el multazo que le cayó al gremio del taxi por parte de la ACCO (Autoridad Catalana de la Competencia) por la actitud de aquél hacia UBER y demás compañías de VTC (ya saben, esas empresas en las que el conductor viste correctamente y nunca da la chapa al usuario: o sea, ¡un escándalo!) y que asciende a la bonita suma de 122.910 euros de vellón. ¿Primera iniciativa del emprendedor Tito? Una marcha lenta el pasado martes que servía como aviso de la que piensa liar el 11 de septiembre como no le perdonen la multa y, a ser posible, se proceda a la ejecución pública del consejero delegado de UBER (esto me lo acabo de inventar, pero como posible sueño húmedo del gran Tito no me resulta del todo inverosímil).

Como de costumbre, la performance prevista para la semana que viene consiste en lo de siempre: ocupar la Gran Vía, crear un atasco de tres pares de narices y, en definitiva, hacerle la puñeta a todos los barceloneses que ese día hayan previsto desplazarse en coche por la ciudad. Yo aún recuerdo la última acción de ese estilo y fue de abrigo: no faltaban ni piscinitas de plástico para que se solazaran los hijos de los taxistas mientras éstos, tumbados a la bartola en su vehículo o sentados en sillitas de playa, reivindicaban su derecho a entender el servicio público como más les convenía, ante la actitud, entre temerosa y pusilánime, del Ayuntamiento.

Gracias al gran Tito, la Diada de este año puede convertirse en un genuino clusterfuck en el que los taxistas se unirán a los participantes en la tradicional parada patriótica de estilo norcoreano –a la que el gobierno central ha procurado respiración asistida con sus contactos con el Hombre del Maletero, que se ha venido arriba y anda pidiendo el oro y el moro para que Pedro Sánchez pueda conservar su querido sillón presidencial-, con lo que la jornada barcelonesa se convertirá en un cristo considerable.

Va pasando el tiempo y la bronca entre el taxi y el mundo VTC no se acaba nunca. El Ayuntamiento tiene miedo de los taxistas por su capacidad para poner la ciudad patas arriba, y éstos, envalentonados por su capacidad para la extorsión, insisten en su actitud levantisca. A través, principalmente, del inefable Tito Álvarez, especialista en declaraciones incendiarias y amenazas que requerirían un poco más de atención por parte de la fiscalía.

Uno no tiene nada contra los taxistas, que conste. De hecho, como vivo en el centro de Barcelona, voy a todas partes a pie (si el destino me cae cerca, lo que suele ser común) o paro un taxi (no se me ve mucho por el transporte público, lo siento y lamento contribuir tan poco a la sostenibilidad, pero ya tengo una edad o dos y crece a diario mi tendencia a hacer lo que me sale del nardo). Como usuario del taxi, me he topado con todo tipo de seres humanos al volante. Algunos, discretos, simpáticos y hasta encantadores. Unos pocos, con ganas de hacerte partícipe de sus monomanías (aunque los nostálgicos del Caudillo han desaparecido hace tiempo, supongo que por causas biológicas).

Todos me parecen personas que, al igual que yo, se ganan la vida como pueden, y no tengo nada en contra de que suban constantemente sus tarifas en una época en la que un litro de aceite de oliva se ha convertido en un producto de lujo. Lo que me irrita es que se constituyan en una force de frappe dirigida por un energúmeno que se pasa la vida amenazando a sus conciudadanos y, de paso, también al ayuntamiento de su ciudad, que es la única del mundo en la que, al parecer, la convivencia entre el taxi y UBER es imposible (atención: nadie ha dicho que las VTC sean entidades angelicales, aunque dudo que lleguen a los extremos de explotación de esas empresas de entrega a domicilio que utilizan para sus trabajadores el eufemismo anglo rider porque suena mejor que esclavo).

Lo del martes fue un aviso. Lo del lunes que viene puede ser un sindiós considerable. La administración Collboni debe tomar cartas en el asunto de forma urgente. Y en cuanto a la multa de la ACCO, querido Tito, a pagar y a callar.