Jaume Collboni ha cumplido sus primeros cien días de alcalde de Barcelona y es norma en política formular un primer balance. La singladura a valorar del nuevo alcalde es la de primer edil de la ciudad, puesto que como gobernante ha sido durante años la mano derecha de la izquierda extrema de Ada Colau.

Desde la salida de Jaume Collboni del gobierno de Ada Colau a las puertas de las elecciones municipales, aunque su partido, el PSC, paradójicamente no lo hizo, y durante la campaña electoral, el hoy alcalde se desgañitó desmarcándose todo lo que pudo de los comunes, de su acción política e incluso de su mentora alcaldesa. Si recuerdo lo anterior no es por voluntad de hurgar en incoherencias, sino porque considero que es incompatible con la propuesta de Jaume Collboni de integrar a los comunes otra vez en el gobierno municipal cuando las urnas fueron inapelables en su voluntad de derogar la gestión de Ada Colau, quien volvió a retroceder en votos y concejales, mientras que los más críticos a su gestión, Collboni incluido, fueron recompensados en respaldo electoral.

Lo cierto es que a fecha de hoy Barcelona tiene un gobierno municipal de diez concejales, una minoría absoluta que conlleva cien días de soledad política en los designios de la ciudad. Hace unas semana la biblioteca barcelonesa Gabriel García Márquez obtenía el reconocimiento de ser la mejor del mundo, allí como en tantos otros lugares podremos releer la novela del autor colombiano Cien años de soledad, pero lo que nos costará, por apenas ser existente, es otear en la Gaceta municipal, distintas medidas de impulso para una mejor gobernanza.

Por lo tanto, la soledad barcelonesa no lo es sólo la de un gobierno monocolor, sino también carente de propuestas que permitan una nueva deriva para Barcelona que deje atrás la etapa de Ada Colau. Son solo cien días de alcaldía, pero también es cierto que pudieran haberse dado pasos más decididos y no lo que parece más una gesticulación y un, por ahora, cambiar algo para que todo siga igual. Solo faltaba el remate del alcalde de pretender incorporar de nuevo a los comunes al gobierno.

En estos 100 primeros días ha predominado la gesticulación, el dar a entender, pero no a un contenido nítido y de alcance de gobierno. Demasiado anuncio político cosmético, pero sin romper el blindaje del legado Colau. Se borra el urbanismo táctico en Pelai mientras se blanquean las superillas ante el temor de cumplir sentencias judiciales en su contra, la de Consell de Cent, persisten las promociones sin justificar de nuevos carriles bici y avanzan las obras en la Vía Laietana.

Mientras, se anuncia más severidad en la cuantía de las multas por incivismo cuando el problema es que no se cobran, la delincuencia sigue galopante, y las subvenciones a las entidades afines a los comunes siguen concediéndose generosamente y eso que una de las perpetuas asociaciones regadas con dinero público es la causante del ataque a los asistentes en la feria The District. También cabría recordar que una joven falleció al caerle en agosto una palmera encima o cuando, por fin, se ve la luz y se respaldan grandes eventos, la vuelta ciclista a España discurre por la ciudad a oscuras por falta de iluminación.

Tampoco se percibe poner fin a las restricciones de la actividad económica. Se cambiará alguna cosa pero que no afianzaría la inversión ni impediría ahuyentarla y la fiscalidad no dejará de ser abusiva. Los barceloneses pagamos tributos de máximos, los más altos  en general de España, por demasiados servicios bajo mínimos, en particular la limpieza.

Lo esperanzador de estos cien primeros días es que quedan aún casi cuatro años de mandato municipal. Nos queda la confianza de que hayan sido un lapsus o ínterin a la espera de disponer de un gobierno de 10 por su eficacia y determinación en la buena dirección que no de solo 10 concejales sometidos a vaivenes y complejos que abandonan Barcelona a la mala suerte de seguir padeciendo el legado de Ada Colau y a la exalcaldesa como mandataria en la sombra. El cambio en Barcelona ha de ser real y no solo parecerlo.