Modelo de ciudad. Es lo que se discute en Barcelona, pero también en muchas otras ciudades del planeta. Las que tienen atractivo, las que han demostrado su capacidad para generar riqueza económica, al mismo tiempo que logran la atención de muchos ciudadanos por su calidad de vida, tienen dudas, sufren un cierto vértigo y piensan en el futuro. Le ocurre a San Francisco, con el centro de la ciudad vacío, con graves problemas sociales. También se psicoanaliza Nueva York, con una parte sustancial de la Gran Manzana dedicada por completo al turismo. Lo que no cabe duda es que son motores de la economía, de una economía de servicios que tiene la responsabilidad, en estos, tiempos, de tirar del conjunto de las sociedades.
La gran cuestión, sin embargo, está relacionada con la vivienda. ¿Qué les deparará a los ciudadanos que han vivido en esas ciudades, que desean seguir viviendo en ellas? ¿Y cómo se puede servir a los que deseen instalarse, sean trabajadores necesarios para esos servicios o el llamado talento internacional que tanto se desea? En Barcelona ese debate se ha expresado en el distrito tecnológico del 22@. Pensado como un sector de la ciudad dedicado a la economía, en la ampliación de su capacidad se quiso rectificar, combinando el suelo económico con la construcción de vivienda, protegida o libre.
¿Es un acierto? El sector inmobiliario aplaudió la medida, al entender que no debía suponer un lastre para el motor económico de la ciudad. Los comunes, con la alcaldesa Ada Colau, en el anterior mandato, presionaron en esa dirección. Querían más metros cuadrados para vivienda, pero se llegó a un compromiso con los socialistas, que, originalmente, no estaban en esa posición. Hoy el alcalde de Barcelona, del PSC, Jaume Collboni, defiende el proyecto. Pero resulta que esa ampliación coincide con un tiempo de transición, con menor apetito por parte de las empresas, que creen que no necesitan tantas oficinas. La propia dinámica del sector tecnológico, y el cambio sociológico que experimentan los trabajadores, --mayor querencia por el teletrabajo—puede tambalear todo lo previsto en el 22@.
El caso es que el debate se intensifica sobre cómo combinar motor económico y espacio residencial. Para un economista especializado en el sector inmobiliario, como Gonzalo Bernardos, el centro de la ciudad –una buena parte de toda la urbe—debe actuar como generador de riqueza. Y la vivienda debe establecerse, con planes ambiciosos en los que participe la administración y el sector privado, en toda la región metropolitana. Y con el papel esencial que debería tener en Catalunya el Govern de la Generalitat, destinado, en realidad, a ejercer como el gran gobierno metropolitano, una apuesta del también economista Miquel Puig.
Lo que desea ese talento internacional es un centro económico, con emplazamientos para socializar, bien comunicado con el aeropuerto, dentro de un entorno que le garantice una buena calidad de vida. Es lo que señalan los inversores, acostumbrados a lidiar con esos profesionales internacionales que pueden elegir Barcelona, pero también muchas otras ciudades.
¿Qué debe hacer la administración, entonces? Lo primero de todo es mostrar un determinado modelo de ciudad, defenderlo y actuar en consecuencia. Tenerlo todo a la vez es muy complicado. En Barcelona se busca esa última vía, se ha intentado compensarlo todo, con el objetivo de que no crear guetos, de no ‘vender’ la ciudad a un determinado sector económico. Pero, tal vez, no se trate de eso. La clave es pensar en los entornos de esas ciudades, en las posibilidades que tienen. Y Barcelona hoy ya no es esa ciudad de 1,6 millones de habitantes. Barcelona es una mancha urbana de 5,2 millones de habitantes, que incluye los dos Vallès, hasta casi llegar a Manresa, con Vilanova y Mataró también en su corazón. Es en ese territorio donde se debería actuar, pensando en las necesidades de vivienda y en las exigencias del mercado para poder competir en un contexto global.