Joaquín Romero y Ramón de España han escrito en este diario su preocupación por los navajazos registrados durante los festejos mercedarios. Coinciden en su extrañeza porque el Ayuntamiento considera que lo acontecido durante las celebraciones patronales  “ha sido un éxito”, y “lo de los navajazos, un imponderable, aunque se esté poniendo de moda apuñalar al vecino de piso o a quien te saque de tus casillas”, según De España. “Lo más sorprendente es ver cómo los responsables policiales, y también los políticos, tienden a normalizar los incidentes”, opina Romero. El único que no aporta ni la mínima autocrítica es el concejal de Seguridad, Albert Batlle.

Este año, el edil ha dicho que “el uso de navajas se ha generalizado en toda España, Barcelona no queda al margen, porque es una ciudad de éxito y esto tiene consecuencias no deseadas”. El año pasado, bajo las órdenes de Colau, afirmó que había descendido la cifra de apuñalamientos, que todo se debía a “un interés en hundir a Barcelona por los altercados de la Mercè” y culpó, sin aportar pruebas, a otro talento de la seguridad ciudadana como es el consejero Elena. Mientras ambos camuflan su reiterada impotencia e incompetencia, las últimas estadísticas indican que desde 2019 los incidentes violentos con navajas han crecido un 70% en Catalunya.

Desde que ocupó su cargo, las únicas ocurrencias de Batlle al respecto han sido inventarse una supuesta “cultura de la navaja”, que atribuye a ciudadanos “de otras culturas” e “importada de tradiciones de bandas de otros países”, (¿xenofobia institucional?), y la necesidad de “una reflexión social”, de aquellas que nunca llegan a nada práctico. Es decir, un cóctel de buenismo socialcristiano y colauismo protector de okupas y maleantes que incrementa la sensación de inseguridad ciudadana y de impunidad de los delincuentes habituales. Abonan así las teorías de lo que llaman extrema derecha, fomentan la injusticia y el desorden por desidia o por el “interés en hundir Barcelona”, que deliró el regidor. Lució, de paso, su desconocimiento sobre la cultura de la navaja.

Porque la primera vez que aparece la frase “salieron las facas a relucir” fue en La diligence de Beaucaire, de Alphonse Daudet, el 1868. En un fragmento que decía: “Para creerse en el puerto de Nápoles, no faltaba más que ver relucir las facas”. Entonces no existían las bandas latinas. Y las navajas más famosas se fabricaban en Albacete. El facazo se documenta por primera vez en 1884 en Granada. Según la RAE, “Golpe dado con la faca o con un arma blanca semejante”. También: “Herida producida por un golpe de faca o de un arma semejante”. Lo cuenta García Lorca en su poema Reyerta:En la mitad del barranco / las navajas de Albacete, / bellas de sangre contraria, / relucen como los peces”. Ejemplos de la incultura de los navajeros y de inútiles reflexiones políticas: una mujer apuñalada a plena luz del día en Nou Barris. Un estudiante de 14 años apuñala en un instituto de Jerez a tres profesores y dos alumnos.