Hay cabreo en Junts. Y Quim Torra está que trina. Todo ello por culpa del actual alcalde de Barcelona, Jaume Collboni, y de su concejal de cultura, Xavier Marcé, quienes han decidido darle un cambio de rumbo a ese Born que Torra dirigió entre 2012, año de su fundación, y 2015, cuando decidió socializar el sufrimiento ejerciendo de presidente de la Generalitat (con los brillantes resultados de todos conocidos). Entre muchas otras memeces, Torra dijo en su momento que el Born era la Zona Cero de los catalanes, y ahora está que se sube por las paredes (o se arrastra por las ruinas de 1714, no sé) porque el ayuntamiento ha decidido que el edificio deje de ser lo que fue en un principio: un monumento al victimismo anti español y un centro mono temático sobre lo que pudo ser Cataluña y no fue. A partir de ahora, el Born se subsume en el MUHBA (Museo de Historia de Barcelona), que ya cuenta con más de diez sedes en la ciudad, y se va a centrar en la evolución histórica de la urbe, abandonando el monocultivo rencoroso de la era Torra y, de paso, matizando un poco las aportaciones de Ada Colau al engendro, centradas en esa memoria histórica que a veces parece más bien una memoria histérica. A la actual directora del Born, Marta Marín- Dòmine, la van a poner a redactar un informe sobre las posibilidades históricas de la cárcel Modelo y del castillo de Montjuic (que denominan, un tanto eufemísticamente, su legado), pero más vale que se dé prisa, pues en enero del 2024 está previsto prescindir de sus servicios.

Junts se lo está tomando todo muy mal. Y el hombre de la ratafía, ya ni les cuento. A otros, por el contrario, nos parece muy bien el cambio de orientación. Ya se sabe que nunca llueve a gusto de todos.



En cualquier caso, yo no logro olvidarme de los orígenes del Born y de que estaba previsto que ahí se construyera una nueva biblioteca provincial, financiada por el perverso estado español, de la que podríamos llevar años disfrutando de no haberse cruzado en nuestro camino las gloriosas ruinas de 1714, una colección de pedruscos de esos que suelen aparecer en cualquier ciudad europea en cuanto rascas un poco, pues todas están hechas a capas y cada nueva capa oculta la anterior. En su momento, muchos fuimos partidarios de cubrir los nobles pedruscos de comienzos del XVIII y seguir adelante con la biblioteca, pero el nacionalismo se empeñó a fondo para, en teoría, preservar el pasado y, en la práctica, contar con un centro supuestamente cultural en el que cultivar el rencor y el asco hacia España. Y el nacionalismo, como todos recordamos, ganó la partida, salvando las ruinillas de marras (que no tenían mucho interés arquitectónico, a no ser que uno quisiera saber con exactitud cómo defecaban los barceloneses hace tres siglos, pues hay gente para todo) y colocando al frente de ellas a un fanático adicto a la ratafía que se encargó personalmente de colocar a la entrada una bandera enorme cuyo mástil midiera exactamente 17 metros y 14 centímetros (1714, ¿lo pillan? ¡Y es que nuestro Quim no daba puntada sin hilo!).

La biblioteca prometida se acabará construyendo en otra parte. Hemos perdido más de diez años en el acceso a la cultura impresa por preservar unas piedras simbólicas. Ruinas aparte, en el Born solo ha habido exposiciones de interés patriótico (o de escaso interés, según el punto de vista). Ada Colau intentó ampliar el encuadre a su manera. Y Collboni ha optado por ampliarlo aún más, despojándolo del espíritu revanchista original y reciclando el lugar en otro equipamiento cultural centrado en la historia y la evolución de nuestra ciudad. De ahí el rebote de Junts y de Quim Torra, que así acumulan más motivos para sentirse rodeados de traidores, que es algo que, en el fondo, les gusta y les estimula.

Más valdría que Junts se concentrara en pillar lo que pueda de la posible investidura de Pedro Sánchez y que Quim Torra disfrutara en silencio del chollo que le ha caído como expresidente y que le permite vivir en un palacete gerundense y, si le apetece, darle a la ratafía sin tasa. Pero los guardianes de las esencias es lo que tienen y son muy dados a la indignación y al rasgamiento de vestiduras. Como ciudadano que se quedó sin biblioteca hace más de diez años, lo único que puedo desearles a Torra y los suyos es que los zurzan, como nos zurcieron ellos a muchos barceloneses hace más de diez años. Llámenme vengativo, pero eso es lo que siento.