Recientemente, se ha presentado en sociedad un libro editado por el Departament d’Empresa i Treball titulado Transicions: algunes mutacions de l’economia catalana en l’horitzó 2050. Su autor es Miquel Puig, economista, profesor universitario, que hizo carrera en la Generalitat de Jordi Pujol. En los años 80 coleccionó direcciones y secretarías generales, se encargó de externalizar y privatizar la informática y las comunicaciones de la Generalitat de Catalunya a finales de los años noventa y fue finalmente obsequiado con la dirección de TV3 y la dirección general de la CCMA justo antes del Tripartito. Le ha ido muy bien desde entonces y ha publicado varios libros sobre las virtudes de una Catalunya independiente y los helados de postre. Quizá por eso le ha ido tan bien.
Ahora le han pagado por un libro que asegura que vamos de cabeza hacia una situación insostenible, básicamente por culpa de la inmigración. El señor Puig no se esconde. Afirma que tenemos que decidir entre una Catalunya con siete millones y medio de habitantes u otra de 10 millones, porque la inmigración provoca que se incremente el número de habitantes. ¡Nunca lo hubiera imaginado! Si optamos por la inmigración, sostiene el caballero, no tendremos ni agua ni energía ni transporte ni nada para todos y esto se irá al carajo.
Ay, madre, ya estamos otra vez a vueltas con lo mismo. Esta música es una vieja conocida y tramposa, que ya cantaron los escamots de los hermanos Badia o los miembros de la Sociedad Eugenésica Catalana, por ejemplo. Barcelona todavía honra en la vía pública a semejantes personajes, más próximos a los fascismos europeos de la década de 1930 que a los ideales democráticos que tanto decimos defender. Sus ideas calaron hondo y las sostuvieron elementos como Heribert Barrera o la familia Pujol. Últimamente, el procés ha resucitado estas estupideces.
Sin embargo, es verdad que algo habrá que hacer. Especialmente, en Barcelona y su área de influencia. Porque el futuro de Catalunya se decide aquí. Ahora mismo, ya vamos mal de infraestructuras. Por ejemplo, adónde vamos a vivir, que me lo expliquen.
La renta media anual de un barcelonés ronda los 1.300 €/mes. Va por barrios. En Sarrià-Sant Gervasi, la renta media supera los 1.800 € por persona y mes; en Nou Barris, no llega a los 900 € por persona y mes. Atención, éstos son los valores medios. Si consideramos la distribución de la renta, dos de cada tres barceloneses tienen una renta media inferior a los 1.300 €/mes.
Por el otro lado, consideremos un piso de 75 metros cuadrados, por decir algo. Su precio de venta medio en la provincia de Barcelona sería de 200.000 € o podríamos alquilarlo por 1.290 €/mes. En la ciudad de Barcelona, el precio de venta medio sería de 312.000 € y el alquiler nos saldría por 1.500 €/mes. Mientras que el precio de venta de un inmueble ha permanecido prácticamente estable durante el último año, los precios de los alquileres se han disparado más de un 18% en Barcelona o cerca del 16% en la provincia. Desde junio de este año, los precios del alquiler se han incrementado más del 7%, recién aprobada una ley que pretendía regular los precios del alquiler, qué cosas.
Pues ahora comparen la renta media de un barcelonés con el alquiler de un piso en la provincia o en la ciudad de Barcelona. Es descorazonador.
La señora Colau puso el dedo en la llaga al mencionar el problema de la vivienda y consiguió gobernar como alcaldesa durante ocho años. Lo que no supo es hacer nada práctico o efectivo para solucionar el problema y por eso ya no es alcaldesa. Lo de los contenedores fue una broma de mal gusto y los desahucios han ido a más, no a menos. Ella no supo hacer nada, pero los demás tampoco, que conste.
La única medida verdaderamente efectiva para controlar los precios del alquiler es que exista una buena oferta pública. La oferta pública no aparece de un día al siguiente; necesita años para que surta efecto sobre el mercado, y una apuesta decidida de todo el mundo. De todo el mundo, insisto, no del alcalde o del gobierno de turno. En el caso de Barcelona, algo más: una gestión metropolitana, no municipal, que además incluya mejoras en el transporte público urbano e interurbano, entre muchas otras cosas.
Si la demanda crece, pero no crece la oferta, los precios subirán, aunque pongamos velas a Santa Rita para que no suban. Entonces, ya me contarán ustedes. Volverán los barrios de barracas.