Más razón que un santo
En Madrid no se nota tanto, pero en Barcelona la comparación entre las dos ciudades es pesada y eterna, además de contraproducente. El nacionalismo ha conseguido que en el imaginario popular la persistente derrota de la capital catalana frente a la española se aprecie como un agravio político orquestado contra los catalanes, sean nacionalistas o no.
Hay que decir, no obstante, que la competencia entre poblaciones vecinas es una constante en todo el mundo, incluidas las provincias españolas. Ahí lo vemos en los casos de Sabadell y Terrassa, dentro de Barcelona; Oviedo y Gijón, en Asturias; Cáceres, Badajoz y Mérida, en Extremadura. Son vestigios del pasado, muy provincianos, que han sido barridos por los avances sanitarios, medioambientales y sociales que han mejorado las condiciones de vida. Hoy en día casi todo el mundo se avergüenza ante esa pulsión pueblerina, pero no en Barcelona.
Santi Balmes me refrescaba el otro día estas consideraciones, ya archivadas por el aburrimiento, cuando decía que lugares como Santiago de Chile, México DF, incluso Madrid, son tan inmensos e inabarcables como inhumanos. Su propio tamaño –la tendencia a crecer es natural en todas las concentraciones humanas-- las convierte en asociales e indeseables.
El líder de Love of Lesbian razonaba en este medio sobre las dimensiones de Barcelona y la idoneidad de una ciudad de tamaño manejable. De hecho, en la lista de The Economist de las 10 mejores ciudades europeas para vivir solo tres (Viena, Múnich y Berlín) superan el millón de habitantes. Por eso, el cantante y compositor reivindica las capitales segundonas, las más humanas y disfrutables.
La comparación permanente es un sinsentido, entre otras cosas porque Barcelona ya ha superado la dimensión que la hace idónea. Los especialistas hablan de un máximo de 1,4 millones de habitantes, una cota que ya hemos superado incluso sin tener en cuenta las ciudades colindantes que sin solución de continuidad añaden una población equivalente hasta superar de largo los tres millones.
¿Para qué retar a Madrid constantemente? ¿Para ganar qué? Otra cosa es pretender que Barcelona sea la capital de un nuevo Estado, algo que puede tener sentido para quien respire a contracorriente y prefiera el minimalismo aunque suponga un aumento de costes en términos económicos, de salud y sociales. Como puede tener sentido mantener vivo un sentimiento de agravio que alimente ese victimismo que culpa a los demás de los pecados propios.