Hace ya unos años se acuñó una acertada campaña publicitaria con el eslogan “Dígaselo con flores”. En nuestros tiempos y en nuestra ciudad, los barceloneses no hemos precisado de creativo de imagen alguno para que el Ayuntamiento, alcalde tras alcaldesa, promueva su particular campaña, pero de recaudación municipal. No sólo Barcelona es la ciudad en la que pagamos los impuestos y tasas más altas entre las urbes más grandes de España, sino que, además de pagar tributos de máximos, demasiados servicios como la seguridad o la limpieza están bajo mínimos.

No satisfecho con la asfixia fiscal que padecemos los barceloneses, el consistorio pone la disciplina viaria y urbanística al servicio de la recaudación pública. Es evidente que hay que sancionar al infractor de las normas, pero el exceso de celo o la desproporción en el proceder municipal supone convertir la obligada exigencia a la ciudadanía en discrecionalidad administrativa y despropósitos.

Hace unos días se ha tenido conocimiento de que el Ayuntamiento de Barcelona ha multado con 1.500 euros a una floristería del Eixample por adornar el exterior de su comercio con varias macetas y unas flores sobre su rótulo comercial. Un año atrás, fue sancionada con 525 euros una vecina de Sarrià por poner una maceta de limonero delante de su casa. Y así nos podríamos remontar con otros ejemplos. La razón que esgrime el consistorio es, entre otras, preservar la seguridad de los invidentes, argumento que no sirve para vetar a los manteros cuando extienden su negocio sin licencia ni pagos de tasas e impuestos en las aceras, o cuando el mal estado y praxis deficiente en el mantenimiento en la vía pública --de aceras y calzada-- es en numerosos puntos de la ciudad, un riesgo evidente para peatones y conductores.

Mientras el Ayuntamiento recauda más de 62 millones de euros anuales por las multas de tráfico impuestas y cobra un porcentaje ínfimo de las sanciones por incivismo, dedica esfuerzos en sancionar a quienes ponen flores y decoro en su local de negocio. Igual procede, en ocasiones por nimiedades, a multar distintas actividades económicas de nuestra ciudad. No hay nada como tener un DNI o NIF y una cuenta corriente con saldo para que el consistorio te preste toda su atención, que no su apoyo.

El consistorio está en su permanente y particular campaña recaudatoria con su lema no diseñado, pero sí ejecutado, con impecable eficacia, aquí sí, “Dígaselo con multas”. Sanciones a añadir al enorme ramo de tributos excesivos que pagamos sin proporcionalidad a los servicios recibidos y ramilletes de normativas absurdas. La presión fiscal injusta y la sin parangón capacidad sancionadora municipal desde el exceso o la nimiedad es una invisible corona fúnebre con la que el Ayuntamiento nos obsequia. La misma desproporción, por cierto, que representaba que en nuestra ciudad la empresa funeraria municipal durante años tuviera beneficios millonarios. Así no solo vivir es caro en Barcelona, sino que morirte también lo es.

Sería de agradecer que llegara una obligada rectificación que deje atrás tanta traba administrativa y que el Ayuntamiento se centre en perseguir a los infractores que realmente perjudican con su actitud al resto de vecinos y a la ciudad y no ponga la disciplina viaria y urbanística al servicio de la voracidad en perseguir a los particulares y empresas para obtener ingresos públicos. Las normas se han de aplicar con tanto rigor como con sentido común y acorde a las circunstancias. De lo contrario, las “flores” del consistorio nos la seguirán dedicando a los barceloneses con un “Dígaselo con multas" y en el frontal de la Casa Gran en la plaza de Sant Jaume añadirá otro eslogan: "Todo por la pasta”.