Las ciudades compiten entre sí. Ya no son los países, sino las grandes urbes. Arrastran con ellas las zonas más dinámicas. Y cada una intenta ofrecer lo mejor de sí. Barcelona está bien posicionada en esa liga europea. Los esfuerzos de los últimos años en el área de promoción económica han dado sus frutos, con la atracción, por ejemplo, del salón audiovisual, el ISE, que quiso trasladarse desde Ámsterdam hasta la capital catalana. El Mobile World Congress sigue siendo determinante y ahora la ciudad prepara la Copa América de vela, uno de los acontecimientos deportivos más seguidos del mundo, en especial en las zonas que más se desean: Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda.
Esas grandes ciudades, y también las que están un peldaño por debajo, como puede estar Barcelona respecto a Londres o París, intentan atraer, sin embargo, algo más intangible, pero con más valor: el visitante cultural, el que está interesado, realmente, en una exposición, en un conjunto arquitectónico, en una determinada racionalización urbana. Y Barcelona tiene este año una gran oportunidad para ser una referencia de primer orden. Lo es con la Sagrada Familia, que causa recelos entre los locales, pero que es el gran objeto de deseo cuando se habla de la ciudad en Europa. En todo caso, ahora sí puede presentar algo grande, propio, universal, que explica la ciudad con toda su complejidad: la exposición conjunta de Miró y Picasso -en Francia lo consideran ciudadano francés--, con obras expuestas por primera vez y procedentes de todo el mundo.
Es el momento para que toda la ciudad se vuelque, para mostrar al mundo la importancia de dos artistas universales, y para atraer a un público cultivado, con alto poder adquisitivo, que quiera saber, que pregunte, que tenga durante mucho tiempo en sus casas el catálogo de la exposición, que relacione, ya para siempre, Barcelona con una ciudad de cultura, de belleza.
En el conjunto de Europa muchas ciudades han querido aprovechar la fuerza de exposiciones de arte, con la convicción de que el turismo no podrá mantener el ritmo actual, de que los turistas –aunque son una fuente de riqueza—también conllevan daños colaterales. Lo ven así en Lovaina, donde se acaba de inaugurar una exposición sobre el pintor flamenco Dieric Bouts, y se ha querido organizar todo un festival Bouts por toda la ciudad. Lo acaba de hacer también Amberes, con la exposición Turning Heads, con un conjunto de obras de Rembrant, Rubens o Vermeer dedicadas al rostro humano y a todas sus expresiones.
Ámsterdam organizó a principios de año una exposición sobre Vermeer que causó sensación en toda Europa, con colas en las calles y con la desesperación de muchos visitantes que no pudieron comprar las entradas. Fue la muestra más vista de la historia en el Rijksmuseum, con más de 650.000 visitantes. La vieron personas de 113 países durante las 16 semanas en las que estuvo abierta, con la pinacoteca forzada a ampliar horarios. El éxito fue total. Y lo que se llevó Ámsterdam es algo más que ingresos económicos. El llamado pintor de la intimidad ofrecía a los visitantes del museo la Holanda del siglo XVII, que marcaría el carácter de uno de los pueblos centrales de Europa. ¿Cómo puede valorar una sociedad esa transmisión de valores culturales?
Barcelona debe ahondar en esa senda, y ofrecer lo mejor que ha dado y vislumbrar lo que puede ofrecer en el futuro. La fuerza de la cultura es enorme, y durante muchos años no se ha sabido transmitir. La ciudad tiene museos extraordinarios como son el MNAC, el Picasso, la Fundació Miró y muchos otros. ¿Tendrá ahora la capacidad para impresionar al mundo, empezando por los europeos?
Madrid lo tiene más fácil, porque la potencia del Museo del Prado es enorme, excepcional, con colecciones también únicas en el Museo Nacional Thyssen- Bornemisza o en el Reina Sofía. Barcelona deberá idear más y mejor, aprovechando todo lo que tiene. La cuestión es tener la ambición, las ganas y el ingenio para poner en marcha grandes eventos culturales. De ello depende la propia salud de la ciudad para buscar un tipo distinto de turismo, y para ofrecer un imaginario propio, sin dejar de lado, porque forma parte también de su identidad, las playas o los paseos gastronómicos y lúdicos.
En todo caso, Miró y Picasso deben ser ahora las grandes referencias de la ciudad, con la sociedad civil y las administraciones volcadas. Veremos en los próximos meses los resultados.