Los médicos, salvo en los cirujanos plásticos, aplican una norma: que la cura no provoque más daño que el que se quiere corregir. Una regla que debería ser de obligado cumplimiento en urbanismo. Es muy conveniente que las autoridades municipales no intenten solucionar un problema creando otro más grave. Y si se ve que una actuación ha resultado inadecuada, no está de más corregirla. Lo ha hecho el Ayuntamiento de Barcelona en la calle de Pelai. Allí se había eliminado un carril para el tráfico rodado y ahora se ha recuperado, al comprobar que era peor el remedio que la enfermedad, entre otros motivos por que los movimientos de vehículos más la carga y descarga tienen en esa vía una alta densidad. Casi nadie se ha quejado.
Ahora se sopesa la posibilidad de permitir que los coches vuelvan a circular por la calle Bòbila, en el Poble-sec. Este es un caso muy diferente. Se había pacificado un tramo por estar delante de una escuela. Una medida que se ha adoptado, con un éxito notable, en muchos otros centros escolares de la ciudad. En algunos colegios, por ejemplo Lavinia, el espacio ganado para los críos frente al edificio es muy considerable y resulta un desahogo. Pero incluso cuando no es así, cuando sólo se convierte en peatonal parte del carril contiguo a las aceras (es lo que se ha hecho en Provença, junto a Enteça, o en la escuela Duran i Bas, en Vallespir-Travessera), resulta evidente que se gana seguridad para las familias que, inevitablemente, coinciden en las horas de entrada y salida de los chavales. Se privilegia el movimiento de las personas que van a pie, aunque se dificulte la movilidad de quienes usan el coche. Después de todo, si las normas se cumplen, los niños y niñas que acuden a esos centros educativos deberían vivir en las inmediaciones, de modo que el automóvil no es imprescindible. Hay padres (o abuelos) que siguen yendo a buscar a los críos en coche, pero menos desde que se ha eliminado un carril para la circulación (que en las horas de entrada y salida era casi sólo aparcamiento).
En la calle de la Bòbila, la pacificación funciona en horario escolar, pero se convierte en un foco de conflictos por las noches, cuando se reúne allí gente que tiene poco que hacer y mucho que incordiar. Los vecinos aseguran que, además del jolgorio, el ruido y el botellón, se han multiplicado las peleas. Por las mañanas, el espacio está sembrado de latas y botellas e incluso se han encontrado navajas ocultas en las jardineras.
La propuesta del Ayuntamiento para corregir esta disfunción ha sido eliminar las medidas pacificadoras y permitir que vuelvan a pasar los coches, suprimiendo algunas de las barreras colocadas. Muerto el perro se acabó la rabia. Pero esta solución, sostienen los residentes, no eliminará las conductas incívicas. Simplemente las desplazará a un punto limítrofe (la plaza de Doctor Pere Franquesa) donde ya se producían antes de las obras frente a la escuela. Es decir: se perjudica al vecindario que no monta el follón. A eso se le llama hacer que paguen justos por pecadores. O si se prefiere: para eliminar un grano en la rodilla, se amputa la pierna del vecino. Por lo visto es más fácil que conseguir que se respeten las ordenanzas.
No es la primera vez que se toma una decisión así. En los búnkers del Carmel, en el Turó de la Rovira se hizo algo similar. Cuando se convirtieron en punto de encuentro para fiestas nocturnas, regadas en alcohol y con fuertes dosis de música enlatada y otros ruidos ambientales, se procedió a cerrarlos en determinadas franjas horarias. Entre ellas, las del anochecer y el amanecer, las preferidas de los visitantes, algunos de los cuales acudían por las vistas.
No deja de ser una rendición. Las autoridades se declaran incapaces de garantizar el derecho de parte de la ciudadanía a disfrutar del paisaje (en el Turó de la Rovira) o de un sueño tranquilo.
Una solución que, de momento, no se aplica a otros ámbitos. Así, en la misma calle de Provença en la que se ha ganado acera junto a la Model, se produce todos los días una ocupación completa de esa misma acera ante las taquillas para entrar en la Pedrera. Para pasar caminando por allí hay que bajarse a la calzada, si está libre. El turismo es también un incordio, por la alta concentración de grupos y autocares, que se agolpan en las inmediaciones de la Sagrada Familia. Sin embargo, aún no ha pensado nadie en cerrar la casa Milà o el templo o, preferentemente, demoler ambos edificios. En el segundo caso, en honor a Gaudí a quien se le hubieran atragantado algunas de las figuras de las fachadas. Eso sí que eliminaría los problemas actuales. Y todos tranquilos.