Que en 2017 Catalunya era un polvorín es una evidencia. Pero no es menos cierto que la situación actual nada tiene que ver con la que vivimos en aquellos duros años de procés de los que no quedan más que cicatrices que sanan a diferente velocidad. Y por eso entiendo pertinente que cada uno de nosotros nos preguntemos: si la situación es diferente ¿porqué algunos siguen empeñados en mantenerse en las posiciones del pasado?
Las soluciones jamás llegan de la mano del enroque permanente. No llegan del hacer lo mismo para que nada cambie. Es evidente que no podemos hacernos trampas al solitario con el punto de partida. El independentismo decidió hace años entrar en una dinámica perversa que les llevó a dinamitarlo todo. Su forma de tratar de imponer la independencia deterioró la convivencia, tensionó nuestras relaciones, y generó dolor. A unos y a otros. Y es evidente que nadie va a olvidar eso. Pero eso no puede durar eternamente. No tiene ningún sentido. De hecho, humanamente es prácticamente imposible mantener la tensión tanto tiempo.
Me atrevo a afirmar incluso que no trae nada bueno. Es cierto que en los momentos de máxima tensión suelen encontrarse posicionamientos de máximos. Y cuando unos tensan la cuerda siempre aparecen otros que deciden tirar en la dirección opuesta. Es lógico. Más aún cuando ves que tus derechos están en juego. Es más. La posición férrea de quienes decidieron plantarse frente a los atropellos del gobierno de la Generalitat fue necesaria en un momento en que parecía no poder darse nada por sentado. Pero no debemos olvidar tampoco cuál fue el pecado original de todo este embrollo. La incapacidad de diálogo de unos y otros. Y debemos tenerlo en cuenta porque no podemos permitir que se repitan los errores del pasado. Cataluña ha cambiado, y muchos, afortunadamente, hemos cambiado con ella. Porque las situaciones determinan nuestros posicionamientos. Porque cada momento requiere su diagnóstico y su solución. Y porque es necesario no perderse en el cómo y tener claro el objetivo.
Y ese no pude ser otro que el de la concordia y el progreso. Toca cerrar grietas. Tender puentes. Y para transitar ese camino es necesario hacer todo lo posible para que la normalidad que empezamos a vivir hace tiempo en la calle llegue también a las instituciones. No se trata de táctica política. Se trata de responsabilidad. Se trata de saber hacia dónde vamos. Y sí, en momentos de cambio, no cambiar suena bastante estúpido. Hoy, el progreso, sólo puede conseguirse desde la valentía de aquellos que son capaces de poner por delante lo que de verdad es importante. De poner por delante la razón y dejar de lado las entrañas, que no han traído nada bueno en estos últimos años. ¿Para qué estamos en política? ¿Para actuar desde lo más visceral de nuestro ser? Yo estoy convencido de que nuestra responsabilidad es la de construir un país mas justo. Y para hacerlo, es necesario tener el coraje de tomar decisiones valientes pensando en el bien común. Aunque eso nos cueste aguantar exabruptos de aquellos que se sienten más cómodos en la lógica del odio y la venganza. El camino del diálogo ha venido para quedarse, y estoy convencido de que en unos meses, hasta quienes ahora nos miran con escepticismo tendrán que reconocer que éste era el camino.
Fernando Carrera, presidente del grupo municipal del PSC Badalona