Leo que un sector, básicamente barcelonés, de lo que queda de Ciudadanos aboga por un regreso al centro izquierda y la socialdemocracia de los inicios del partido, que nació, no lo olvidemos, de la reacción de un grupo de rebotados del PSC (entre los que me incluyo, aunque solo ejercí de compañero de viaje a ninguna parte, como se acabó, tristemente, demostrando cuando esa lumbrera de Albert Rivera rechazó la vicepresidencia del gobierno que le ofrecía Pedro Sánchez porque quería ser el califa en el lugar del califa y que su partido se impusiera al PP en el alma de la derechona española), quienes consideraban, no sin razón, que los sociatas no hacían lo que tenían que hacer en su relación con el nacionalismo, víctimas de un absurdo síndrome de Estocolmo que los obligaba a sobreactuar constantemente en su catalanidad.
Intuyo que tras esta iniciativa está Anna Grau, mujer proactiva y vehemente donde las haya (la conocí hace un montón de años cuando ejercía de catalanista, tirando a lazi, y ya era tan entusiasta con sus ideas de entonces como lo es con las de ahora), con la que compartí un agradable desayuno hace unos meses en el que me anunció su voluntad –que, según ella, se convertiría en realidad- de que Ciudadanos volviera a ser como los Ciutadans de los inicios. La escuché con atención, haciendo, incluso, denodados esfuerzos por creerme que tal cosa era posible, aunque me dominaba el escepticismo, pues tenía la impresión de que la iniciativa llegaba tarde y de que Ciudadanos, gracias a la insania de Rivera y a la escasa resistencia de sus subordinados (más la entrada a saco de derechistas en su expansión por España), se había convertido en un aspirante a cadáver político que, como el gato de Schrodinger, no está ni vivo ni muerto, sino todo lo contrario.
Cierto es que peor están los de Valents, partido que ha entrado en concurso de acreedores y tiene a su principal dirigente, la abogada Eva Parera, buscando trabajo (la conocí cuando hice cierta amistad con Manuel Valls y me parece una mujer válida y emprendedora, pero parece que el centro derecha catalán no nacionalista no tiene nada que hacer en las presentes circunstancias), pero la situación de Ciudadanos no es precisamente para echar cohetes.
Partiendo de esa base, que haya unos cuantos militantes bienintencionados que quieran hacer volver al partido a la ideología de sus comienzos me parece un esfuerzo entrañable, pero de un éxito más que dudoso. Más que nada porque llega tarde. La hora de plantar cara a Rivera pasó y se dejó pasar, con las consecuencias catastróficas de todos conocidas: en Ciudadanos se impuso la ley de Murphy y todo lo que podía salir mal, salió fatal. ¿Es posible que el partido renazca de sus cenizas y se convierta en ese partido bisagra de centro izquierda que nunca debió dejar de ser? Me encantaría creerlo, pero me viene inevitablemente a la cabeza la canción de Roxy Music In every dreamhome a heartache, cuando Bryan Ferry se pregunta: Is there a heaven? I´d like to think so…
No he vuelto a saber nada de ese regreso al centro izquierda de Ciudadanos desde que leí la noticia al respecto. Y, pese al entusiasmo de Anna, me temo que el partido está muerto y enterrado. Me parece loable que unos cuantos de sus mandamases pretendan enderezar el rumbo de la nave, pero tengo serias dudas de que lo consigan, pues el timing no puede ser peor. Cuando tocaba mantener esta actitud, no se hizo absolutamente nada. Teniendo mucho campo por recorrer en el ámbito de esa socialdemocracia española que Pedro Sánchez está desintegrando en estos mismos momentos, Ciudadanos optó por el seguidismo a un líder errático y, en el fondo, carente de ideología que, como Sánchez ahora, solo pensaba en sí mismo y en su medro político y social.
Sigo creyendo que un partido como Ciudadanos le vendría muy bien a Barcelona, a Cataluña y a España, pero albergo serias dudas sobre su resurrección como bastión de la cada vez más depauperada socialdemocracia nacional. Se les ha pasado el arroz y llegan tarde a la refundación, por mucho empeño que le ponga la incombustible Anna Grau, a la que le deseo un triunfo que dudo mucho que consiga alcanzar. Hubo una oportunidad que se desperdició y el cartero no siempre llama dos veces.