La capital catalana ha tenido siete alcaldes desde el final del franquismo, cinco de ellos militantes del PSC, una de Barcelona en Comú y un miembro de Convergència Democrática de Catalunya (CDC).
Tres –socialistas-- han sido ministros del Gobierno de España después de pasar por la alcaldía, es decir que la vara de mando de la capital catalana ha actuado como trampolín para ascender en sus carreras políticas asumiendo posteriormente mayores responsabilidades.
De los seis candidatos convergentes a la alcaldía, cuatro habían sido ya consellers de algún Govern de Jordi Pujol, otro –Miquel Roca-- también vivía el declive en forma de destierro municipal tras perder la guerra interna de CDC, mientras que el sexto –Xavier Millet-- era un desconocido que estrenó la cantidatura convergente de las primeras elecciones democráticas de 1979.
El nombramiento de Jordi Hereu como titular de Industria en el nuevo Gobierno de Pedro Sánchez vuelve a poner de manifiesto no solo el peso del PSC en el PSOE y del municipalismo en el pensamiento socialista español, sino el papel que juega Barcelona en el universo político catalán. Para el mundo convergente su alcaldía es el premio consolación de los desplazados del verdadero poder que reside al otro lado de la plaza Sant Jaume.
Eso explica en buena parte la desconfianza, incluso aversión, que durante tanto tiempo ha manifestado la Generalitat nacionalista frente a la Administración local y más aún frente a los intentos de desarrollar una política metropolitana para el entorno barcelonés.
El municipalismo de los comunes es muy paralelo al socialista, algo que se podría haber materializado con Ada Colau en uno de los cinco ministerios de Sumar de este nuevo Gobierno de coalición. Según la propia interesada, ella misma desistió, aunque es difícil de imaginar que Sánchez le confiara el departamento de Vivienda, al que aspiraba y que finalmente sigue en manos de un ministro del PSOE.