Se sabía que el largamente postergado y hasta ninguneado desalojo de los okupas de El Kubo y La Ruina iba a ser el jueves 30 de noviembre alrededor de las seis de la mañana. Yo fui a las cinco y media, con mi carnet de periodista en la boca, rezando porque ese carnet me permitiera llegar donde quizá no me lo permitiría mi condición de diputada y portavoz de Ciutadans en el Parlament. Ya una vez el conseller de Interior de la Generalitat, Joan Ignasi Elena, me amenazó con cortarme el acceso a la plaça de la Bonanova si yo no dejaba de ir todos los martes a pedir el desalojo pacífico, legal y democrático de esas dos casas.

Fui por primera vez, con mis compañeros de Ciutadans, el martes 25 de abril, casi un mes después de que el desalojo ordenado por un juez y previsto para el 23 de marzo se cancelara por razones evidente y escandalosamente políticas. Que no podían garantizar la seguridad, dijeron. Triste excusa que ayer se vio lo sucia que era, ya que los Mossos bordaron el operativo, y nada más les faltó ponerle alas de ángel (las que ellos mismos se estaban ganando) a la okupa colgada durante horas de la fachada de El Kubo. Si se quiere, se puede. Basta con llamar a la policía y con dejarla trabajar sin interferencias.

O casi. Era obvio que, una vez más, los Mossos tenían instrucciones de utilizar sus vehículos, en argot, sus lecheras, para levantar barreras visuales entre lo que estaba sucediendo y quien lo tenía que contar, entre la noticia y los periodistas. Muchos informadores, y con ellos yo, optamos por subir a pie los siete pisos siete (los ascensores estaban fuera de juego porque cortaron la luz en todo el barrio) hasta la azotea de una finca cercana para ver lo que pasaba.

Entre otras cosas pasaba que los Mossos iban pelando el perímetro de las “defensas” okupas, derribando parapeto tras parapeto, barricada tras barricada, metidos en una especie de jaula móvil que les protegía del lanzamiento de botellas, líquidos no se sabe si inflamables o no, pero en todo caso francamente molestos, pelotas de golf, etc. Hay que decir que los okupas parecían bastante más aficionados a la guerrilla urbana con mando a distancia que al cuerpo a cuerpo con los agentes, que eso ya es meterse en líos muy serios y en fin, al final, igual tampoco hay amnistía para todo ni para todos.

Daba un no sé qué ver a los agentes policiales avanzar enjaulados. Cuando hay un atentado terrorista suele aplicarse precisamente un dispositivo conocido como Operación Jaula. Consiste en cerrar los principales pasos y vías de comunicación para evitar la fuga de sospechosos. Una buena Operación Jaula requiere que colaboren codo con codo Policía Nacional, Guardia Civil y policías municipales.

Ayer en El Kubo y La Ruina se movilizaron mayormente los Mossos, incluida su unidad de montaña para bajar a la okupa trepadora. También los bomberos en el caso de La Ruina. Pero no dejaba de ser toda una amarga metáfora que fueran los agentes de la ley los que tenían que ir escudados hasta los dientes y enjaulados, mientras sus agresores, los agresores de todos nosotros, se columpiaban al sol llamando fascista a todo hijo de vecino.

El mundo al revés. Eso es exactamente lo que se ha vivido todos estos meses en los edificios okupados de la Bonanova. Que lo están desde hace mucho, varios lustros (de esos que duran cinco años cada uno, por si nos está leyendo el nuevo ministro de Cultura...), pero que fue sobre todo desde la pandemia y el confinamiento cuando desarrollaron una agresividad vandálica que nadie debería verse obligado a tolerar ni a soportar. Mucho menos con el beneplácito y la complicidad de ciertas “autoridades”.

Todos podemos ser activistas de lo que nos pida el cuerpo. Pero los representantes públicos se deben a las leyes que han jurado defender y hacer cumplir, a todos por igual. Sin exclusiones ideológicas y sin mentiras. El perverso discurso, que ha durado meses, de que “no había ningún problema” en la Bonanova y de que los vecinos “no tenían queja”, a mí me ha traído muchas y ominosas memorias de cuando también se decía que no había absolutamente ningún conflicto lingüístico en Cataluña, que era todo un invento de Ciutadans. Y hasta hoy, cuando faltan 18 días para que venga una misión de observadores de la UE a levantar las alfombras de la escuela catalana y ver la porquería que hay debajo.

Desde Ciutadans hemos pedido siempre que se deje de transigir con la okupación y de ocultar lo perniciosa que es; peor aún, que se la deje de jalear para esconder las vergüenzas de una carencia de política de vivienda como Dios y una izquierda honesta y sincera deberían mandar. Desde Ciutadans pedimos y ofrecimos unidad política, con elecciones y sin ella, para ir todos a una y de buena fe con este tema, y nos quedamos solos con el problema y con los vecinos que se tenían que esconder para decir lo que realmente pensaban y piensan. Que estaban y están hasta los cojones, con perdón.

El 25 de abril fue el primer martes que fuimos a protestar a la Bonanova. Durante algunas semanas nos encontramos allí a los revoltosos de Desokupa, invitados especiales de Vox. Ni rastro del PP, que para felicitar a los Mossos por el operativo de ayer se ha tenido que hacer un montaje con la cara de Daniel Sirera y una foto del Kubo, a donde no se acerca desde antes de hacer la primera comunión. De ERC y Comuns para qué hablar. Junts y PSC, pues eso, diciendo una cosa y haciendo la otra. Tratando de silenciar y demonizar a los que tercamente nos oponemos a invisibilizar el problema y exigimos una solución.

La alegría por el éxito del operativo policial del desalojo, cuando por fin se ha producido, no puede en fin excluir cierta amargura política. Porque esto se podía y se debía haber hecho antes, mucho antes, y porque cada día que se ha tardado en hacerlo, y encima se ha mentido sobre las verdaderas razones por las que no se hacía, ha arrojado una nueva palada de tierra encima de nuestra salud cívica y democrática.

Despertemos del hechizo. Pongámonos en marcha. Somos personas, ciudadanos y votantes, no rebaño. Exijamos lo mejor, no lo peor, a cambio de nuestros votos y nuestros impuestos. Porque lo valemos.