Que hubo una Barcelona antes de Ada Colau es una obviedad, pero que haya otro Ayuntamiento tras la exalcaldesa es una suposición que aún dista mucho de ser cierta. Hace ya seis meses que se produjo el relevo en la alcaldía de nuestra ciudad, pero el actual gobierno municipal monocolor sigue impregnado por las políticas de los comunes y que durante dos lustros consecutivos nos tintaron de restricciones, prohibiciones y sesgos ideológicos extremos.
Medio año sin ella, pero seguimos con un gobierno municipal que sigue bajo el síndrome de Ada Colau. Las razones pueden ser variopintas. De un lado, no puede olvidarse que el PSC fue durante años su socio de gobierno y, por tanto, la mano derecha de la izquierda extrema gobernante y corresponsable de sus decisiones. Por otro, la debilidad de un gobierno municipal en absoluta minoría. Que Jaume Collboni sea primer edil con sólo 10 concejales sobre 41, puede obligarle a ser cauto en los cambios normativos y de acciones municipales, pero nunca inmovilista. Ya no hay excusas para promover un ejecutivo local de mayor espectro con pactos de gobierno con terceros o acuerdos políticos con la oposición y aprobar nuevas y distintas medidas. Ya han pasado las elecciones generales y la investidura y las elecciones europeas quedan lejanas en meses, aunque Ada Colau se fuera de candidata a Bruselas. Barcelona ya no puede esperar más tiempo para derogar su legado.
Son precisas políticas contundentes en seguridad ciudadana y contra la delincuencia, es imprescindible una nueva Ordenanza de Civismo sin los complejos y el buenismo equivocado de las anteriores pactadas por Xavier Trias con los alcaldes Joan Clos y Jordi Hereu. Deben modificarse normativas restrictivas y prohibitivas de actividades económicas y de empleo o contrarias a la promoción de vivienda social. Han de impulsarse infraestructuras básicas desde la ampliación del Aeropuerto a la construcción del túnel de Horta, entre otras. A la par debe normalizarse plenamente, aquí sí se han producido avances en este último medio año, la presencia de la Casa Real en Barcelona, nuestra condición de gran capital de España o el impulso de eventos internacionales, deportivos o no, de calado.
Atisbo hoy demasiados temblores y titubeos y me preocupa que continúen incluso si Collboni incorporara a Junts al gobierno municipal. No hay que olvidar que la entonces activista Ada Colau antes de ser concejal, encontró en Xavier Trias al mejor aliado para sufragar con fondos públicos todos los chiringuitos, igual que hace ahora el actual alcalde, que alimentaban y alimentan el activismo extremista y a los adláteres y entidades afines de los comunes como aconteció con la cesión al chantaje okupa en Can Vies (nada que ver con el reciente desalojo de La Ruïna y El Kubo).
Me preocupa que al gobierno municipal le pueda condicionar que los comunes sean los socios de Pedro Sánchez o puedan ser los hipotéticos del PSC en una futura Generalitat. Lo que ha de ocupar a quien nos gobierna o a quienes puedan hacerlo juntos próximamente ha de ser lo imprescindible: un modelo de ciudad alternativo a la izquierda extrema. Una Barcelona humana y de ley. Con políticas sociales ciertas y de inclusión, mano firme en seguridad, de colaboración plena público-privada o un urbanismo real de barrio sin tacticismos sectarios y movilidad “cochefóbica”.
Derogar a Ada Colau sin complejos es una exigencia inequívoca y un modelo alternativo de ciudad es posible. Creo que, si no se promueve ya, tampoco lo veo con nitidez desde la oposición, es por el temor al retorno del activismo de calle y de controversias con ciertos sectores sociales o vecinales y en barrios. Sería un error optar por la tranquilidad en el gobierno que no por la necesidad de un buen gobierno para Barcelona. Es un engaño que se cambien solo algunas cosas para que todo siga igual y también lo es un gobierno cataléptico, es decir, vivo, pero que no se mueve. Gobernar es decidir y, si es preciso confrontar propuestas con determinación, lo más importante: acertar.