Ya no son sólo Roma, Venecia o Madrid las ciudades donde la policía municipal corta calles para evitar que la aglomeración de personas en ciertas fechas del año se convierta en avalancha humana y provoque incidentes. El fenómeno ha llegado también Barcelona como hemos visto durante el puente de la Constitución. La Guardia Urbana ha intervenido para desviar el paso de los peatones en algunos tramos del Paseo de Gracia y para impedir la toma de selfies en medio del paseo captando de fondo la espectacular iluminación navideña.

El turismo urbano, del que antes se beneficiaban lugares de atractivos muy singulares, ha evolucionado hasta alcanzar todo tipo de ciudades y convertirse en la masificación permanente en días señalados. Ingentes cantidades de personas –no me atrevo a calificarles de turistas, y mucho menos de viajeros-- que se desplazan guiadas por el ansia común de la diversión y las compras.

Pocas horas después de esas situaciones de saturación callejera en Barcelona se han producido dos reacciones.

Barcelona Oberta, una organización de comerciantes del centro de la ciudad, ha propuesto al consistorio que en 2024 despliegue el alumbrado navideño también en los laterales del Paseo de Gràcia, de modo que todo el que quiera pueda hacerse fotografías bajo la iluminación sin necesidad de invadir la calzada con el peligro que ello supone. O sea, más facilidades para la llegada de visitantes.

Por su parte, Eixample Respira, una plataforma vecinal progresista también del centro de la ciudad que lucha contra la contaminación, defiende que el ayuntamiento cierre la zona que rodea plaza de Catalunya durante los días de más masificación, de manera que esas fechas no pasen coches entre plaza de la Universitat y Roger de LLúria, ni entre Pelai/Fontanella y Gran Via. O sea, que los coches dejen paso a los compradores.

En el caso de los propietarios de las tiendas, no sorprende que piensen en mantener incluso fomentar ese gregarismo fenomenal que tiene algo de temible y que hemos podido ver la semana pasada porque consideran que es bueno para sus negocios. Pero que a los ecologistas solo se les ocurra insistir en el stop a los automóviles, sin más consideraciones, después de lo que se ha vivido estos días, resulta sorprendente. Luego se quejan de que les acusen de no tener más que un objetivo, la guerra al coche.