Hace veinte años, el profesor, filólogo y director de la Real Academia Española, Fernando Lázaro Carreter (1923-2004) escribió: “La situación de todo el sistema educativo figura desde hace varios decenios entre lo más grave que le pasa a España”. El último informe PISA señala que los alumnos españoles han obtenido cada vez peores resultados en Matemáticas, Lectura y Ciencias. “La enorme debilidad de la instrucción nacional incumple su función social”, denunció Lázaro Carreter. Tras contemplar las muchas y diversas leyes que ha sufrido la educación en España, sentenció: “Todo cambio en el tinglado conduce a peor”. Según él, todo comenzó cuando “hace ya mucho se suprimió el examen de ingreso en bachillerato a los diez años”. Era una primera criba. Después se suprimieron las reválidas de bachiller elemental y superior, que posteriormente reintrodujo la ley Wert en la Eso). Y se ha llegado a una “Selectividad estremecedora” (Lázaro Carreter dixit) que aprueba el 90% del alumnado. Lo que significa que ni es selectividad ni es nada. Pero con protestas de estudiantes “proclamando el derecho a ser mal enseñados, mal o nada examinados y, en modo alguno, exigidos”. Así que han desaparecido los suspensos y las repeticiones de curso.
Desde 1980, España ha sufrido muchas leyes educativas y todas han servido para empeorar. LOECE, LODE, LOGSE, LOMLOE, LOE, la Wert, la Celaá… Y la que anuncia la oposición cuando gobierne. “Impensable en los países avanzados, que consensúan las leyes de educación”, cuentan docentes que las han visto de todos los colores. Empezando por ellos, ya que acceder a la carrera de magisterio requiere una de las notas más bajas, cuando en la modélica Finlandia es superior a nueve. Allí los maestros son muy valorados, su carrera tiene prestigio y es extremadamente selectiva. Aquí, se les menosprecia, amenaza y hasta se les agrede. Con la escolaridad obligatoria hasta los 16 años, los institutos son guarderías de adolescentes que no quieren estudiar. Tienen derecho a la enseñanza, pero no lo aprovechan, lo pisotean y perjudica a los demás.
La Gestoría Autonómica de Catalunya culpa a la inmigración, pero sus aulas de acogida son otro fracaso. Porque duran pocas horas cuando deberían ser más e intensivas. Y se procede a la inmersión en catalán cuando muchos no saben hablar ni castellano. Al desorden se suman padres y madres que traspasan muchos problemas de educación a las escuelas e institutos, desautorizan al profesorado, ponen a sus hijos como el centro del mundo, se lo dan todo sin exigirles nada… Sus criaturas son cada vez más indolentes, más insolentes y no saben qué es esforzarse. Crecen sin capacidad de resistencia a la frustración porque se trata de dejarles hacer lo que les dé la gana, y porque la novísima moda se llama educación emocional. Un infantilismo psicopedagógico que se traduce en que los maestros no tienen mesa, de la tarima ya no se acuerda nadie, el nuevo mobiliario infantil está diseñado para que se sienten en el suelo, se les suministran tabletas para entretenerse… Andan sueltos por las aulas, se les enseña un sistema asambleario desde los tres añitos, además de sexología, asuntos climáticos y demasiadas cosas dispersas. Resultado: cada vez más docentes quemados a causa de que aumenta la burocracia y disminuye la didáctica. Con fracasados en matemáticas, lectura y ciencias, una sociedad se dirige a lo que Lázaro Carreter llamaba “la idiotez eyaculada”. O deliberadamente programada, que es peor.