Los vecinos de Les Corts no están satisfechos con los servicios que se les prestan. Se quejan del transporte público y, en especial, de los autobuses. Se quejan, y se diría que con razón, de que tienen frecuencias demasiado bajas (que en fin de semana pasan casi a ser testimoniales) y también de que, sobre todo en las zonas con alta densidad de colegios, hay momentos en los que son peor que insuficientes. En favor de TMB hay que admitir que Les Corts no está peor servido que otros distritos de la ciudad (con la salvedad del Eixample, por su centralidad). El servicio no es bueno, pero la maldad se reparte por igual a toda la ciudad, sin distinciones.
En Les Corts, las quejas se suman a un agravio: en noviembre de 2018 se procedió a cambiar el trazado de la línea H10. Al llegar a la estación de Sants, los autobuses viraban hacia la avenida de Madrid para recorrerla. Por esa avenida sólo pasa la línea 54 que es, siendo optimistas, un desastre. Pero lo más absurdo es que el nuevo recorrido del H10 hasta la plaza de Sants ya estaba (y sigue estando) cubierto por la línea 5 del metro. Dejó de circular por una zona con poca oferta y se desvió por otra ya servida. Hubo protestas vecinales que, al no ser época electoral, no fueron atendidas.
Esta misma semana se ha publicado en un medio una carta de un lector preguntándose cómo es posible que en épocas de comunicaciones tan fáciles aún pasen dos autobuses juntos con el mismo número y recorrido. Y, sobre todo, que eso ocurra con muchísima frecuencia. Las empresas se quejan repetidamente de la baja productividad. Quizás vaya siendo hora de recordar que la organización no la hacen, en general, los trabajadores sino el empresariado o, en su defecto, una dirección nombrada por la propiedad. Si la productividad es baja, si hay disfunciones como la coincidencia de autobuses con el mismo recorrido, se debe a mala organización. No estaría de más vincular los sueldos de los directivos de TMB a la opinión de los ciudadanos. Igual eso les motivaba más que los espléndidos planes de pensiones de que gozan, financiados por los mismos ciudadanos a los que sirven tan mal.
Pero en Les Corts no son sólo los autobuses los que ofrecen un servicio lamentable. Y también ahí hay coincidencia con otras zonas de la ciudad. En realidad, lo que ocurre es que lo público (el espacio y los servicios) tiene muchos defensores de boquilla pero pocos políticos militantes en su cuidado.
Algunos ejemplos, sin salir del distrito. En la calle de Vallespir hay bastante actividad comercial, lo que implica carga y descarga. Como estas zonas son insuficientes, resulta frecuente que todas las esquinas de los cruces se llenen de furgonetas. Más de una vez y más de una decena, todos los pasos de peatones están ocupados por estos vehículos (también por turismos) impidiendo el paso de los viandantes y generando peligro a los conductores que quieran cruzar o incorporarse a la vía porque no tienen visión alguna.
El entorno de la plaza de la Concòrdia se ha pacificado. Las abundantes manchas de aceite en las baldosas no las provocan quienes pasean.
En la avenida de Madrid la administración que encabezaba Ada Colau peatonalizó un carril junto a la acera del lado montaña entre la plaza del Centre y Llançà. Es un decir, porque ese espacio se ha convertido en un nuevo aparcamiento de motos y motos (sin que por ello haya bajado el número de estos vehículos en las aceras), además de pista para patinetes y bicicletas.
Frente a la escuela Ítaca (Numància junto a la Illa) se están haciendo obras. El resultado es que se ha restringido drásticamente el paso de peatones, además de haber habilitado una especie de vados (por llamarlos de algún modo) mucho más que rústicos. Parecen hechos a mordiscos.
Se puede devolver la voz a los vecinos: hay muchos carriles reservados para el autobús, pero nadie que los haga respetar. Si alguien quiere comprobarlo puede recorrer la calle de Joan Güell, entre la plaza de Comas y la de Sants. Será muy difícil encontrar un sólo tramo en el que no haya varios vehículos parados en el carrilbús, impidiendo el paso del transporte público. Con una excepción: junto a la avenida de Madrid hay un supermercado cuyos camiones, justo es reconocerlo, respetan el carril del autobús: se paran en el otro, bloqueándolo y obligando al resto de vehículos a desplazarse o esperar a que termine su carga y descarga.
Se suponía que la defensa del espacio público era cosa de la Guardia Urbana, pero es obvio que este cuerpo está para otros menesteres. Cuáles sean, alguien debe de saberlo, aunque para el ciudadano de a pie resulte un gran misterio.