Hay bastantes calles en Barcelona en las que se ha pintado un carril para las bicicletas. Algunos ejemplos: Gran Via, paseo de la Zona Franca y ahora la Vía Augusta. Tienen algo en común: cuando discurren paralelos a la parada del autobús pasan exactamente entre donde está el personal que espera subir al transporte público y las puertas del vehículo. Para indicar la preferencia del peatón, los diseñadores del consistorio han decorado el tramo con cuadros blancos, simulando un tablero de ajedrez, igual que en calles en las que el ciudadano debe meterse en el carril-bici para cumplir con su deber de echar las basuras en contenedores separados de las aceras. Un gran acierto: con un poco de suerte, el topetazo entre ciclistas y aspirantes a subir o bajar del autobús está garantizado. ¿De verdad los creadores del engendro utilizan el transporte público? En el caso de Vía Augusta el problema se agrava. Primero, porque en la parte más cercana al Llobregat la calle desciende en pendiente, de modo que algunos ciclistas alcanzan velocidades considerables; segundo, porque esas paradas las frecuentan bastantes escolares y abuelos.
El consistorio barcelonés tiene, no hay apenas dudas, un potente equipo de cerebros que, además de pensar, conocen bien la ciudad. No es mérito de Jaume Collboni, muchos de estos ingenios llevan años aplicando mejoras. En estos días han sembrado las calles del centro y de los distritos de carteles que anuncian que no se podía ni siquiera parar durante el 5 de enero debido a la Cabalgata de los Reyes. El letrero añade que la prohibición alcanza a las “motos sobre las aceras”. Estaría bien, si no fuera, porque han puesto estos carteles incluso en calles peatonalizadas donde no hay aceras y no es que no se pueda parar, es que no se debería ni pasar. Alguien pensará que se trata de una redundancia inútil, pero no, en las calles peatonales se circula y se aparca como en todas las demás, de modo que no es ocioso recordar que esa noche, no. Los ciudadanos pueden permitirse (y se permiten, con la venia municipal) no respetar las leyes del tráfico, pero los Reyes, aun siendo Magos, sí respetan la ley física de impenetrabilidad de los cuerpos que establece que el espacio ocupado por una masa no puede ser ocupado por otra al mismo tiempo.
La indisciplina viaria, ya se sabe, se da en todas partes. En El Prat de Llobregat, por ejemplo, hace unas semanas se anunció que se impediría el aparcamiento de coches en los arcenes de la carretera que da acceso a las terminales del aeropuerto. Si se hizo alguna vez, ya se ha olvidado. Estos días había docenas de conductores parados para ahorrarse así unos eurillos en el aparcamiento. Aparcamiento (el de la Terminal 1) por cierto, que anunciaba en la entrada un número de plazas en cada planta que luego no coincidía con la realidad. Barcelona ha prohibido ahora el paso a ciclistas y patinetes en 25 calles del Raval y ha puesto las señales. Poco debe de confiar el ayuntamiento en los ciudadanos cuando anuncia que la semana que viene explicará la norma a los usuarios. Pero bien puede ocurrir, como en el aeropuerto, que los buenos propósitos se agoten en cuestión de horas.
Son todos problemas menores o, si se prefiere, “problemas de ricos”. A los pobres les preocupan otras cosas más serias. Con todo, quizás sea interesante recordar al físico austriaco Ludwig Boltzmann, el mismo que demostró definitivamente el atomismo. Explicaba que los filósofos tienden a hacerse grandes preguntas para las que, sin embargo, no se ha encontrado aún respuesta. Los científicos, en cambio, se ocupan de cosas pequeñas. Darwin, por ejemplo, se concentró en medir los picos de algunos pájaros. Y desde esa pequeñez pudo formular las leyes de la evolución de las especies.
Si sirve la lección, quizás sería conveniente que los técnicos del consistorio se centraran en resolver pequeños problemas que mejoren la vida del conjunto de los barceloneses, aunque haya luego un grupito de pensadores excelsos reflexionando sobre el puesto de Barcelona en el cosmos. Unos pueden soñar la revolución, pero que otros se ocupen de las pequeñas reformas. Aunque tal vez estén ya siguiendo a Boltzmann, si no en lo relativo a las preguntas, sí en otro de los ámbitos que lo hicieron famoso: el segundo principio de la termodinámica que, formulado de una manera simple, viene a decir que el mundo tiende al desorden. En eso sí que es un ejemplo la Barcelona de la última década.
Si Collboni decide finalmente pactar con Xavier Trias que no olvide que, en realidad, con él empezó el caos. Colau lo aceleró en algunos aspectos. Pero no se debe regatear el mérito a su creador originario.