Hace poco se ha restaurado el único Caravaggio que tenía el Museo del Prado, un David con la cabeza de Goliat, y ha sido una fiesta. Han celebrado el asunto por todo lo alto. Las redes sociales iban llenas de apasionados de la pintura celebrando el asunto. En general, los amantes de la Historia del Arte que se mueven por las redes sociales comentan una y otra vez la política de adquisiciones del Patrimonio Nacional, celebran tal o cual exposición del Thyssen, comentan las restauraciones más sonadas…

Llama la atención que rara, muy rara vez, las redes sociales se entretengan en comentar nada relacionado con los museos de Barcelona a ese nivel y con ese entusiasmo. El MNAC, nuestro mejor museo, y uno de los mejores de España, sin duda, hace muchos años, pero muchos, que no celebra una exposición de postín, de las que se mencionan en los periódicos más allá de los Pirineos. Aparece en los medios de comunicación de uvas a peras, sin despertar interés. Apenas les llega para pagar la calefacción. Alquilan sus salones para fiestas de empresas y bodas de multimillonarios asiáticos. Entonces, sí, entonces aparece el MNAC en la prensa.

Cuento todo esto por la muy reciente publicación de las cifras de visitantes de los museos españoles en 2023. Llama la atención que los museos madrileños reciben el doble de visitantes que los museos barceloneses. El doble, se dice rápido.

Es verdad que juegan con ventaja. En Madrid están el Museo del Prado y el Reina Sofía, ambos de titularidad estatal. El primero ha batido la marca histórica de número de visitantes, 3.241.263 visitantes; el segundo ha recibido alrededor de 2.500.000 visitas. Luego vienen los demás museos. El Thyssen-Bornemisza se ha llevado algo más de un millón de visitas, el 60% de las cuales son de público español. El Caixa Fórum madrileño, 655.000 visitas. El Museo Arqueológico Nacional (MAN) de Madrid, más de medio millón, pese a tener varias salas cerradas por falta de personal. El Sorolla, el Cerralbo, la Fundación March, el RABASF, etc., porque no faltan museos en Madrid. Su presencia en las redes sociales es más que notable.

En mi ciudad, el Museo Picasso de Barcelona ha recibido poco más de un millón de visitantes, casi todos turistas; las varias sedes del Museu d’Història de Barcelona (MUHBA), 860.000 visitas, lo mismo; se estima que el MNAC habrá recibido alrededor de medio millón de visitantes; el Caixa Fórum de Barcelona, alrededor de 440.000 visitas; el MACBA se conformaba con 380.000 visitas. Poco más, en lo que se refiere al resto.

Otros museos españoles también se adelantan a nuestras cifras de visitantes. El Museo Guggenheim de Bilbao ha recibido más de 1.300.000 visitantes, un nuevo récord. El Caixa Fórum de Valencia, 900.000 visitas. El Museo Picasso de Málaga, casi 780.000 visitas, y el de Arte Ruso y el Centro Pompidou de Málaga, 375.000 más.

Tenemos que cruzar estas cifras con el número de habitantes de la conurbación metropolitana y el número de turistas. La conurbación de Madrid y Barcelona es semejante en número de habitantes, pero Barcelona recibe entre 16 y 20 millones de turistas al año y Madrid, 7 millones. Bilbao, Valencia o Málaga son casos singulares que merecen atención, porque no son propiamente metrópolis y tienen modelos de promoción de la cultura exitosos. La ratio entre visitas a los museos y visitantes potenciales señala que Barcelona tiene un problema. Algo falla.

De entrada, el interés que ponemos en la cultura. La sociedad catalana invierte tres veces más en fútbol que en cultura; el turismo que hemos promovido es el que es y viene a lo que viene; el presupuesto público en este ámbito se mueve entre lo miserable y lo ridículo y reto al respetable a que me diga tres acciones significativas y exitosas relacionadas con la promoción de la cultura en Barcelona en los últimos quince años. Tres. Dos. Hasta me conformaría con una. Si quieren, ampliamos el horizonte e incluimos toda la política cultural catalana. Se mire como se mire, durante muchos años, la gestión cultural barcelonesa y catalana se ha movido entre lo nefasto y lo inexistente.

El asunto de los museos es un síntoma, uno más. Podríamos hablar de teatro o música, de la industria editorial, de cine y televisión, de la creación artística en general, de galeristas, coleccionistas, mecenas o de lo que prefieran. El ecosistema cultural de Barcelona es una carcunda que vive de subvenciones. ¿Por qué Barcelona ha dejado de ser modelo y referencia en el ámbito cultural y se ha convertido en esto?