Este domingo cierra sus puertas el cine Comedia (paseo de Gràcia, 13, esquina con Gran Vía) tras 64 años proyectando películas. Antes fue un teatro y antes aún, una residencia particular, el Palau Marcet. Lo más probable es que acabe convertido en la sede de alguna tienda de ropa de las que tanto abundan en el centro de Barcelona. En el 2017 lo adquirió la cadena Yelmo, a la que tampoco le van muy bien las cosas, pues tuvo que cerrar el multi salas Icaria de la Vila Olímpica no hace mucho. Todos sabemos que las salas de cine no viven su mejor momento y que lo más normal es, lamentablemente, que vayan cayendo una detrás de otra. ¿Alguien se acuerda del Fémina, del Montecarlo, del Fantasio o del Publi? Me temo que solo los que ya tenemos una edad (o dos).


No estamos ante un drama: las ciudades evolucionan (no siempre como nos gustaría) y lo viejo debe desaparecer para dejar espacio a lo nuevo (o a lo aparentemente nuevo: no sé qué hay de nuevo en otra tienda de Zara, Mango o H&M). En el caso que nos ocupa, los cinéfilos nos lo tomamos como una contrariedad, aunque también es cierto que el Comedia no formaba parte de nuestros (o míos) cines favoritos de la ciudad, reduciéndose estos en mi caso a los Verdi, los Renoir, el Boliche y, para las grandes ocasiones, el Phenomena. El único problema es que la acumulación de contrariedades te va llevando a vivir una doble vida: la presente y la pasada. Y a la que te descuidas puedes acabar teniendo la impresión, como nos pasa a menudo a los de mi quinta, de que vives en una foto de Català Roca de los años 60, cuando el Comedia empezó a proyectar películas (aprovecho para recomendar de nuevo el libro de mi amigo Carlos Mir Los cines de mi vida, una agradable inmersión en una ciudad cinematográfica que ya no existe).


De todos modos, estas contrariedades audiovisuales hay que encajarlas con entereza y sin alharacas: hoy cierra un cine y mañana (o mejor pasado mañana) desapareceremos los que lo frecuentábamos. En el caso que nos ocupa, me vuelve a la cabeza un viejo proyecto de Joan Lluís Goas que nunca llegó a fructificar y que consistía en convertir el Comedia en un espacio polivalente que, si no recuerdo mal, incluía un cine, un teatro y un restaurante. Sonaba bien, pero nunca se hizo realidad y hace tiempo que no sé en qué anda metido el amigo Goas (que fue años ha el director del festival de Sitges). Lo que me contó sonaba bonito, pero igual no era muy verosímil. La entrada del grupo Yelmo hace seis años parecía equivaler a una reorientación del Comedia más modesta, pero igual más razonable. Tampoco ha podido ser.


Sería exagerado decir que las salas de cine están dando sus últimos coletazos, pero es indudable que no viven tiempos de esplendor. Normal. La competencia de las plataformas de streaming es brutal y no hay nada raro en preferir ver las películas en casa, en el propio sofá, en vez de arriesgarse a que se te coloque un cabezón delante o que el vecino de asiento te asfixie con el hedor de sus palomitas o te distraiga con la luz de su móvil, que se ve obligado a consultar cada veinte segundos (tirando alto). Para frenar la inevitable decadencia de los cines se han intentado varias cosas durante los últimos años y en distintos países. Cosas que, generalmente, pasaban por convertir el visionado de una película en lo que pomposamente se describía como “una experiencia” y que en la práctica se reducía a echarte de beber o de comer o ambas cosas mientras seguías, más o menos, la proyección desde un butacón comodísimo en el que resultaba más fácil dormirse que en el sofá de tu propia casa.


Puestos a hablar de “experiencias”, yo diría que en Barcelona solo nos quedan dos, y una de ellas es de carácter privado, la minúscula sala del Soho Club, en la plaza del duque de Medinaceli, con unos sillones provistos de escabel para los pies y mesita lateral en los que se está divinamente (solo si te invita un socio, como es mi caso) y a los que te puedes llevar el trago que te han servido en la barra de al lado. La otra es el Phenomena de la avenida Sant Antoni Maria Claret, propiedad del true believer Nacho Cerdá, un cineasta que dejó de rodar películas para pasar a proyectarlas: ahí si revives realmente la experiencia de visitar uno de los cines de tu infancia y adolescencia, con su amplio hall, su enorme pantalla, su impresionante sonido, su cortina roja que se abre y se cierra silenciosamente en cada sesión…La mini sala del Soho aguanta gracias a los socios del club. La maxi sala de Nacho, por obra de un público fiel que quiere ver las películas en las mejores condiciones posibles. Salvo ruina del Soho (improbable, pues se trata de una cadena de éxito internacional) o cansancio del señor Cerdà, estos dos enclaves los tenemos garantizados. De momento.


Y en cuanto al Comedia, tampoco hace falta dramatizar. Su cierre nos da cierta pena a unos cuantos y se la sopla a la mayoría. Pronto habrá en su lugar una tienda de ropa y cada vez habrá menos gente que recuerde que aquello fue alguna vez un cine: yo mismo he tenido que consultar el libro de Carlos para averiguar la dirección exacta de todos aquellos cines de barrio desaparecidos que me alegraron la infancia y la adolescencia.