El pasado fin de semana me pareció que estaba en Sarajevo. O algo parecido. Viví una dura jornada en las urgencias del Hospital Mútua de Terrassa. No paraba de entrar gente con todo tipo de dolencias. Algunos con un tipo de problemas que llamarlos duros es quedarse corto. Mi madre no superó la prueba y nos dejó la madrugada del lunes. Las horas pasan muy lentamente cuando estás con una persona querida en un lugar inhóspito como una sala de urgencias. Quizás por deformación profesional observaba con atención todos los movimientos del personal. La cosa se puso muy mal desde primera hora y también quiero poner en valor al servicio de teleasistencia de la Diputación de Barcelona. Rápido y eficaz.

En la sala de urgencias, un mundo en sí misma, era increíble como médicos, enfermeras, camilleros se movían en el caos y daban consuelo profesional, y emocional, a los pacientes. Mi madre murió, pero fue atendida de forma impresionante desde el primer momento. Era un caso terminal, pero no escatimaron esfuerzos en dar solución. Me sorprendió sobre todo una cosa. Como te dicen lo peor de la mejor manera. No eran buenas palabras, eran chungas, pero dichas de una forma que si no reconfortan, al menos no te dejan al pairo en una situación que afecta tus sentimientos más íntimos. Quiero aprovechar estas líneas para agradecer el trabajo del personal de la Mutua de Terrassa. Encomiable su labor y siempre agradecido.

La vida es una caja de sorpresas. Mi madre era una lectora insaciable. En su residencia de día al llegar reclamaba La Vanguardia. Era su periódico de cabecera, lo fue durante muchos años de su vida. Lo leía con fruición todas y cada una de las noticias, fueran grandes o pequeñas, y clasificaba a sus protagonistas en buenos o malos. Sin medias tintas. Era una persona hecha a sí misma, sacrificada y resolutiva. Si Núñez Feijóo la hubiera oído seguro que algunas cosas se las hubiera ahorrado. Era una persona de izquierdas y muy irónica “como no voy a ser de izquierdas si he votado a Almunia”, decía entre risas. También era muy de Pedro Sánchez y de Salvador Illa. A los dos los votó con un gran argumento “son unos buenos tipos”. Sin más. De hecho, mi padre era más conservador, pero ella se encargaba de que llevara la papeleta más adecuada a la urna. Ella misma se la introducía en el sobre. No había margen para el error.

Bromas aparte les pido disculpas por este sentido artículo. Es mi particular homenaje. Como les digo era una lectora incansable. Sus últimos libros “Las hijas de la criada” de Sonsoles Ónega y el que llevaba en el bolso el último día que fue a la residencia de día --el colegio, como ella decía, la residencia Caser de Sant Cugat, un lugar muy recomendable-. Un libro de novela negra de la estadounidense Donna León “Vestido para la muerte”. Un gran final para una gran mujer. La echaremos en falta.