El Ayuntamiento de Barcelona ha despedido a un músico de la Banda Municipal. Tras 27 años soplando el clarinete, se ha descubierto que es sevillano y no tiene el nivel C1 de catalán. Con estos antecedentes, el consistorio democrático, progresista y acogedor le ha dejado sin pan ni trabajo. Así, el equipo de Collboni cumple los dictados de la tiranía lingüística de la Generalidad y hace que Catalunya sea más rica y llena de no se sabe qué, porque el himno nacional no lo especifica.

Será de talentos musicales de pura raza, como Valtonyc y Pablo Hasél, cuyo nivel de catalán debe de ser tan altísimo que acabaron malamente. También se desconoce el de la concejala sin cartera Colau y el del paladín de Waterloo, incapaces de acabar una carrera. O el de Gabriel Rufián, que cuando rebuzna en catalán asesina el idioma. Ni el de siniestros parlamentarios como el trío Asens, Badia y Pisarello. Así como el de algunos sindicalistas de la escuela de Chicago cuando Capone.

En esta exigente tierra, no está documentado el nivel de catalán de consejeros, diputados autonómicos, embajadores, concejales, asesores, familiares, amigos, amantes, amiguetes y tantos estómagos agradecidos, nombrados y enchufados a dedo. Tal vez tienen bula. Porque si se observan los currículums oficiales, ningún partido, institución, negocio lingüístico o chiringuito hace constar su nivel de catalán. Dirán que no es obligatorio para ellos, aunque sí lucen tesis doctorales plagiadas, másteres no oficiales ni homologados y cursillos de bricolaje o de sexología infantil. Superiores todas y todos al maestro clarinetista sevillano, si no indican sus niveles de catalán es que tienen algo que ocultar en lugar de dar ejemplo. Porque podría ser que les retiren el chollo y la sopa boba.

En la Catalunya oprimida y saqueada por España, que se sepa y de momento, ya han perdido el trabajo por no tener el vital C1 desde enfermeras hasta auxiliares de los médicos forenses que preparan los cadáveres, aunque los difuntos no se quejen en idioma alguno. En cuanto al Ayuntamiento, ya ha expulsado por este asunto a conserjes, limpiadoras y un cocinero. Estos puestos de trabajo se compensan, sin embargo, con enseñantes de catalán cuyo nivel no consta o está desaparecido, con inspectores lingüísticos en los centros públicos, con espías, chivatos y delatores en las aulas y recreos, con fiscalizadores en los juzgados sin respetar al poder judicial, y con una tropa sobradamente pagada y adoctrinada. Como la peña de talibanes que dicen dedicarse a la normalización lingüística.

En total, un denodado, sacrificado y patriótico esfuerzo que acaba en la cola Pisa de la enseñanza. Y que a menudo se demuestra con faltas de ortografía, incluso en documentos, propagandas y panfletos de la Generalitat. Está demostrado que por la vía de la coerción, la imposición, la sanción y la segregación ninguna lengua se hace querer y solo se consigue el efecto contrario. Además, el fracaso estadístico indica que cada vez menos adolescentes y jóvenes hablan en catalán. Aunque el periodista Albert Soler ya alertó: “A este paso, no hablará catalán ni la Moreneta”.