El alcalde de Barcelona, Jaume Collboni, se reunió hace unos días con usuarios y fabricantes de motos con el objetivo de elaborar un plan que reduzca la accidentalidad de estos vehículos. Los datos son claros: en el 44% de los accidentes que se producen en la ciudad aparece implicado algún motorista y entre las víctimas mortales representan el 40%. Aunque el pasado año descendió el número de fallecidos, aumentó considerablemente el de heridos graves (91 conductores y 14 pasajeros, 23% más que en 2022), lo que indica que conducir una moto en Barcelona es una actividad de riesgo. Algo, por lo tanto, habrá que hacer.
Los colectivos de afectados piden que se les permita circular por el carril reservado a autobuses, que no siempre van llenos. Es una posibilidad, aunque a tenor de lo percibido, puede suponer también un riesgo si, como en muchos casos, no asumen que circular por él no implica poder entrar y salir del mismo cuando les plazca. Ocurre ahora con los taxis, que cuando para el bus entran y salen del carril sin excesivos miramientos (no todos, claro) provocando riesgos para sí mismos y para los demás.
Siendo cierto que la accidentalidad se ceba en los vehículos de dos ruedas (los ciclistas han pasado de 8 heridos graves a 26 y los patinetistas, de 5 a 11), se echa de menos en los discursos de los motoristas algo de autocrítica que, sin embargo, sí ha mostrado Josep Mateu, presidente del RACC, una entidad poco propensa a darse golpes de pecho.
Mateu apunta como principales causas de la accidentalidad global no respetar las distancias, girar sin señalarlo, ignorar los semáforos, cambiar de carril sin precaución y falta de atención, relacionada muchas veces con el uso del móvil. No es una exclusiva de los motoristas: ahí está Xavi Hernández, entrenador aún del FC Barcelona, multado hace unos días por conducir un coche y hablar por teléfono al mismo tiempo. No le debe de haber gustado nada y quizás influyó la sanción en su dimisión en diferido. En un país como Qatar todo funcionaba mejor, según reconoció él mismo. Se hace lo que dice el jeque. Hay infracciones que son crónicas entre buena parte de los motoristas.
Una es circular entre los coches sin respetar la distancia de seguridad. Da la impresión de que algunos creen que las líneas blancas que separan los carriles están ahí para rodar sobre ellas. Pero hacerlo es doblemente peligroso porque, además, la pintura es un potente deslizante que provoca caídas. El consistorio (éste y los anteriores) no ha sido muy beligerante con estas conductas. Más aún, las ha estimulado, como muestra el haber reservado espacios frente a los pasos de peatones en los que se acumulan las motos que arrancan tan pronto como el semáforo se pone verde. Incluso antes. Se mire por donde se mire, para llegar a esa zona es necesario infringir la normativa que obliga a distanciarse de los vehículos a los que se adelante. Movimientos zigzagueantes no siempre a una velocidad prudente.
Otro dato muestra la estrecha relación entre imprudencia y accidentes: en el Área Metropolitana la vía con mayor riesgo es la BP-1417, la Rabassada, empleada con frecuencia como zona de experimentación y carreras por los motoristas.
Sostienen las asociaciones de usuarios de la moto que su aportación al tráfico de Barcelona es muy importante, ya que si utilizaran el coche los problemas se agudizarían. Es cierto, y también que se puede dejar la moto sin necesidad de coger un coche: el transporte público en el centro de Barcelona no es del todo malo, sin ser por ello una maravilla.
Quizás no estaría de más hacer algún tipo de prueba permitiendo que las motos circulen por los carriles reservados al transporte público. Eso sí, al menos mientras durara el experimento, la Guardia Urbana debería hacer que fueran respetados. De momento no lo ha conseguido.
Tampoco consta que sus mandos hayan programado actuaciones al respecto. Mientras tanto, sufren los motoristas, ya que son uno de los eslabones más débiles en la cadena de la movilidad, aunque no sean los únicos. La solución a sus problemas sólo puede llegar de forma global.
Siempre hay voces rousseaunianas que insisten en la necesidad de la educación. Desde luego, conviene no descuidarla. Pero es dudoso que un sistema y unos profesores que no logran que los muchachos dominen la lectura y las matemáticas consigan inculcar normas de urbanidad en el tráfico. Y menos si tienen que competir con el aún entrenador del Barça predicando con el ejemplo, pero en sentido contrario.