La infografía del proyecto de ampliación del MACBA resulta muy atractiva, aunque siempre cabe la posibilidad de que la realidad no se parezca mucho a lo prometido (pensemos en las ya legendarias diferencias entre las fotos de los platos combinados y el comistrajo que te acababa llegando a la mesa, o las que hay entre el objeto de tus sueños y lo que te llega por Ali Exprés). La cosa consiste, si lo he entendido bien, en levantar un nuevo edificio para el museo (la Capella dels Angels, prevista inicialmente para la ampliación, será un nuevo CAP muy reclamado por los vecinos del barrio), plantar árboles, colocar tumbonas y hasta improvisar un espacio público en la cima del MACBA. Pero el elemento más interesante, de cara a la seguridad del ciudadano, es la aparente expulsión de los patinadores que habían elegido la Plaça dels Angels como su centro de operaciones, en vez de desplazarse a los enclaves previstos para los devotos del skateboard. Secundo la moción, aunque pueda sonar reaccionario: está uno harto de jugarse la vida cada vez que intenta acceder al MACBA para ver una exposición.
La verdad es que, solo llegar a la plaza, uno tenía la impresión de hallarse ante una fortaleza sitiada por los bárbaros. Para entrar en el museo, como todo el mundo sabe, hay que atravesar una masa de patinadores, algunos de los cuales tienen la costumbre de esquivar a los ciudadanos como si fuésemos bolos: se supone que controlan la situación porque son muy buenos en lo suyo, pero no hay por qué pedirle al consumidor de arte contemporáneo que se lo crea. Si sirve de algo la experiencia propia, a mí han estado a punto de atropellarme dos veces, experimentando la sensación al estar dentro del museo de estar a salvo, como si se tratara de una iglesia y los patinadores fuesen vampiros sedientos de sangre. A esta situación debería habérsele puesto coto hace tiempo, pero con la administración Colau era imposible: lo raro es que no se permitiera el acceso de los skaters al interior del MACBA, donde podrían haber utilizado esas estupendas rampas que solo sirven para que las recorramos los cochinos y elitistas burgueses interesados en el arte contemporáneo.
Yo pensaba, ingenuo de mí, que los vecinos del barrio agradecerían la desaparición de los molestos patinadores, pero ha ocurrido justo lo contrario: los de la asociación opuesta a la ampliación del MACBA han formado frente común con los skaters y ya se está planteando un remake del cirio de hace unos pocos años, cuando se planteó una artera disyuntiva entre CAP y museo en la que el nuevo CAP era lo progresista y la ampliación del MACBA una pijada para satisfacer a una elite de enemigos del pueblo. Cuando se salieron con la suya y ganó la opción CAP, pensé que había vía libre para la ampliación del museo, pero parece que, una vez más, me equivocaba: ahora la asociación se queja de que el MACBA ampliado ocupará demasiado espacio y los vecinos tendrán menos metros cuadrados para moverse (desde el ayuntamiento aseguran que, en realidad, la cosa es al revés y que la nueva plaza, libre de patinadores, resultará más amplia y más segura para el vecindario).
Todo lo que afecta a nuestro museo de arte contemporáneo se acaba siempre complicando. Las asociaciones de vecinos nunca están contentas. Los patinadores se van a poner como las cabras, exigiendo que se les permita seguir atropellando a ancianas en la plaza, pues son como los grafiteros y también están convencidos de que lo suyo es un derecho constitucional. Me temo que aquí se impone una sutil muestra de despotismo ilustrado: una vez obtenido el CAP, los vecinos ya no tienen derecho a seguir exigiendo medidas que siempre van en contra de la ampliación del MACBA. Si queremos tener un museo decente, la ampliación se impone. Y si para ello hay que expulsar de la zona a los atorrantes del patín, mejor, así matamos dos pájaros de un tiro (y si hay que construirles un patinódromo con dinero público, hágase, que ya no nos viene de un despilfarro más).
Y si puede ser, a ver si acabamos con ese maniqueísmo consistente en considerar todo lo relativo al arte como elitista e inútil y todas las reivindicaciones sociales como buenas, populares, democráticas y necesarias. El MACBA tiene que crecer y no vamos a montar una sucursal en la Zona Franca para que los patinadores puedan seguir pasándoselo pipa en un espacio común que ellos mismos han privatizado con la desidia o complicidad de anteriores ayuntamientos: Collboni, no te achantes.