La concejala sin cartera, Ada Colau, ha sido imputada por la Audiencia de Barcelona. Acusada por subvencionar a entidades afines de su partido, la acompaña en su caída al vacío la interventora municipal que permitió el reparto de ayudas a negocios de los comunes como el Observatorio DESC de Alí Babá y los cuarenta vividores, la banda de Afectados por la Hipoteca (PAH) donde Colau se hizo abeja, la Alianza contra la Pobreza Energética  y la organización Ingeniería Sin Fronteras  en la que medraron Eloy Badía, Pisarello, Asens y otros camaradas enmascarados como onegés y ahora parapetados en la inmunidad parlamentaria, por si acaso. Por otro lado, la cuadrilla de beneficiarios de dinero público sufre el merecido aunque módico recorte de subvenciones que ha hecho el alcalde a los presuntos cooperativistas de Can Batlló, que tienen sus sedes en el gran recinto del barrio de la Bordeta. La “tierra de nadie entre Sants y Can Tunis”, que escribió Luis Racionero.

Antigua y laberíntica fábrica apartada de la ciudad, se convirtió en un gueto de comuneros dedicados, según ellos,  a “la transformación socioeconómica en sectores como la vivienda, el consumo, la transición energética, la integración de las personas migradas o la ambientalización”. Entre lo que llaman Estratègia de l’Economia Social i Solidària Barcelona 2030,  no podían faltar “la alimentación sostenible y la agroecología”. Con sus tiendas subvencionadas, rozan la competencia desleal contra los establecimientos de proximidad de toda la vida, que siguen bajando las persianas si recibir ayuda alguna. Es la política del váyanse ustedes, pequeñoburgueses, que nos ponemos nosotros, los antisistema. Tampoco se sabe qué controles tienen sus alimentos ni si cumplen las normativas europeas que arruinan a los agricultores de verdad. Es el mismo proceder del presunto desvío de fondos que  imputa la Audiencia a Colau y compañía.

Causantes del empobrecimiento de la ciudad durante su mandato, la justicia también ha tumbado sus cierres salvajes y a la brava de las terrazas de bares, restaurantes y cafeterías. Sin mínima autocrítica, han evidenciado que sus ideas estaban muertas y enterradas desde antes de resucitarlas para su conveniencia e intereses. Consiguiendo lo contrario de lo que prometían. Reconvirtiéndose en la nueva casta bien pagada que tanto odiaron. Por todo ello y por más razones, Collboni ha comenzado a cerrar el manantial  de sus redes de influencia y de los entramados que se albergan bajo sus colchones. Por tanto, es lógico que el alcalde se aleje de Colau antes de que le perjudique como perjudicó a Barcelona. También es saludable y ejemplar que la Justicia emplace a los chiringuitos beneficiados a rendir cuentas de a qué dedicaron el dinero público recibido. Sin excusas, porque, según la Justicia, fueron “conscientes de estar dando un uso desviado a fondos públicos”. Además de la sangría de votos que les ha rebajado a irrelevantes e innecesarios en el gobierno municipal, sus antiguos votantes han comprobado que, como escribió el Nobel André Gide: “Nada perjudica más a una causa, por excelente que sea, que ciertas exageraciones de sus defensores”. Como las de Colau, por ejemplo.