Puede que McDonald's se distinga por alimentar a los pobres del mundo (68 millones de clientes al día, 36.000 locales en 118 países), pero a la hora de celebrar la buena marcha de la empresa (fundada en 1940 por los hermanos Dick y Mac MacDonald), lo hacen a lo grande, como se ha podido comprobar con la convención celebrada en Barcelona que termina esta noche con un rutilante concierto a cargo de Dua Lipa y The Killers. Lejos de conformarse con alimentarse a base de los discutibles productos de la compañía, los 15.000 congresistas han frecuentado restaurantes de lujo (¡como si aspiraran a aprender algo para mejorar el nivel de sus comistrajos!). Y no se han alojado en moteles cutres, sino en hoteles de lujo. Todo ello, además, dentro de un extraño secretismo (¿tendrán algo que ocultar?) del que solo ha trascendido que muchos de los franquiciados están que trinan con las condiciones draconianas que les impone la casa madre para despachar sus hamburguesas, sus patatas fritas y sus batidos.
No se puede negar que triunfar en todo el mundo a base de vender carne barata a la parrilla y refrescos tiene su mérito, pero yo diría que la base del éxito de McDonald's reside en sus ventajosos precios. A veces me cruzo con algún cartel publicitario y llego a la conclusión de que en este país (y en los otros 117), el que no come es porque no quiere: ¡te puedes poner las botas por menos de cinco pavos! Lo comprobé hace años en Estados Unidos, donde, si andabas tieso de pasta, con cinco dólares podías convertirte en el rey del mambo en el McDonal's más cercano. El hecho de tener la impresión de estar comiendo poliuretano o algo hecho a base de Soylent Green (¿recuerdan la película con Charlton Heston, aquí titulada Cuando el destino nos alcance?) no es óbice para reconocer que, gracias a McDonal's, es prácticamente imposible morirse de hambre en el primer mundo. Eso sí, la experiencia gastronómica no es precisamente una fiesta.
Como consumidor ocasional de fast food (también conocida como comida basura), uno prefiere el Burger King, donde da la impresión de que se esfuerzan un poquito más, lo cual no quita para que esa empresa se mantenga en un discreto segundo plano frente a McDonal's.
Hay algo en el logo de McDonal's que atrae a las masas y, sobre todo, tranquiliza al turista americano de escasa imaginación que, en cuanto ve la M de McDonald´s, se tranquiliza, pierde el miedo a un entorno hostil en el que casi nadie habla inglés, y entra con su prole en un entorno familiar (hay que tener en cuenta que, según una encuesta de hace unos años, en Estados Unidos había más gente que reconocía la famosa M que seres humanos que identificaran la cruz como el signo universal del cristianismo).
Gracias a McDonald's, Barcelona (primera ciudad no estadounidense donde se celebra una convención de la empresa) sigue haciendo honor a aquel eslogan franquista de Ciudad de Ferias y Congresos. Los restaurantes de lujo se habrán puesto las botas (además de venirse arriba al ver cómo los congresistas se resisten a comer en los, digamos, restaurantes de la compañía, reservados para los pobretones). Los hoteleros habrán incrementado sus precios, como tienen por costumbre cada vez que se celebra en la ciudad un pesebre de este estilo. A los taxistas tampoco les habrá ido nada mal. Y ya tenemos otra muesca en la culata de nuestro revólver de sheriff de la ciudad de ferias y congresos. Nos hemos quedado sin saber a qué se debía el secretismo imperante en la convención y si los pobres franquiciados han conseguido mejorar un poco sus relaciones con la casa madre. Pero nuestro modelo de ciudad a lo Bienvenido, Mr. Marshall ha demostrado una vez más que funciona a pleno rendimiento.
Personalmente, he echado de menos la presencia de Ronald McDonald, la mascota de la empresa, un payaso aterrador comparable al siniestro Pennywise de la novela de Stephen King It, ideal para meter miedo a los niños y hacerlos llorar, pero que la compañía nos presenta como el colmo de la bondad, la simpatía y el buen rollo. Eso sí, triunfar a nivel global con la comida que expenden y con la mascota más desagradable de todos los tiempos, constituye un doble éxito que no puedo dejar de aplaudir. Pero como les digo una cosa, les digo otra: la próxima vez que me entre el antojo de encerdarme con fast food, que no me esperen en un McDonal's, pues estaré probablemente en un Burger King o, si me siento rumboso, un Foster´s Hollywood.