Visto el desastre de la enseñanza en Catalunya, según el informe Pisa, nace en Barcelona una plataforma cívica para que vuelvan a las aulas los métodos clásicos de la educación. De momento, cuatrocientas familias piden a la Generalitat que “deje de aplicar innovaciones educativas experimentales”. Primera respuesta: Tània Verge, consejera del Departamento de Igualdad y Feminismos de la Generalitat, ha subvencionado material didáctico y vídeos que enseñan “modelos positivos de personas lesbianas, gais, bisexuales, trans, no binarias, intersexuales y queer”. Esta innovación liquida la lista de los Reyes Godos de la antigua enseñanza memorística y la sustituye por las listas de orientaciones y actividades sexuales desde los tres añitos.

Difícil lo tienen las familias que prefieran la enseñanza clásica que las modas sexuales. Porque en la consejería de Educación, Universidades y Ocupación manda Anna Simó. Personaje que siempre ha vivido de la política y nunca ha trabajado en un aula. A su servicio, dos secretarios generales y nueve directores generales. Sólo cinco han impartido clases de algo. Igual sucede en el Área de Cultura, Educación, Deportes y Ciclos de Vida del Ayuntamiento de Barcelona. La encabeza la concejala Jessica González. Politóloga especializada en materias como interculturalidad, decolonialismo, racismos, empoderamiento femenino y juvenil, entre otros. No consta la docencia en su currículum. Su directora general, tampoco y sólo una de sus dos gerentes ha dado clases.

Con semejante costra política, nada profesional, las líneas educativas de Catalunya proceden de dos lobis. Uno es la Fundació Bofill con un equipo de dieciséis mujeres, llamadas bofilleras, dirigidas por un varón. El otro, la Fundación Pía Pere Tarrés. Dedicada a colonias infantiles, cursos de inglés, cocina, deportes y otras actividades subvencionadas que compiten con ventaja desleal con las empresas del sector. Ambos entes pusieron de moda desde las fracasadas matemáticas de conjuntos hasta el dogma de que los críos sean felices, aunque salgan peor formados. Quim Monzó la llamó Pedagogía de la Plastilina. La que hizo pasar del “hijos, hoy hay verdura para comer al hijos, qué queréis que os haga para comer”, alertó el pedagogo y escritor Emili Teixidor. Más actividades extraescolares, excursiones, fiestas, festejos y menos asignaturas. Sin exámenes, sin suspensos, sin esfuerzo. Con más burocracia, coordinadores, inspectores y adoctrinamiento político e ideológico. Y todo lúdico.

La lista memorística de los Reyes Godos constaba de 33 nombres. Desde Ataulfo hasta a Don Rodrigo, pasando por Recesvinto, Wamba, Recaredo, Quindasvinto, Turismundo...

Olvidados los godos, la última aportación a la sabiduría infantil en Catalunya es: a los niños de entre tres y cinco años “reconocer modelos de diversidad positiva”. A los de entre ocho y nueve: “Introducir la identidad de género mediante el uso de los baños, con un niño que el curso pasado era una niña entra en el baño de las niñas y se produce un conflicto”. Y se les examina: “¿Ya sabes si eres niño o niña?”. A los de diez y once, les enseñarán “la diferencia entre identidad de género, sexo biológico, expresión de género y orientación sexual”.

Borrados de la memoria histórica los reyes Alarico, Tudiselo, Sisebuto, Sisenando y Tulga, las futuras generaciones sabrán los matices diferenciales y mentales de “personas lesbianas, gais, bisexuales, trans, no binarias, intersexuales y queer”. Y los padres y madres disconformes serán acusados de fascistas, reaccionarios y retrógrados. Como Luiva I y Luiva II.