Nadie dijo que llegar en tren a Barcelona fuese una tarea fácil. Ahora andamos metidos en un nuevo rifirrafe entre RENFE y la Generalitat por un quítame allá otro desastre el día de las elecciones autonómicas, pero el funcionamiento discutible del servicio de Cercanías (ahora Rodalies) se pierde en la noche de los tiempos, cuando RENFE era motivo de chufla habitual entre los súbditos del Caudillo. Durante mi infancia y adolescencia, los trenes que se dirigían al Maresme, donde veraneaba mi familia (concretamente, en Canet de Mar), sufrían todo tipo de incidencias, siendo la más frecuente algo conocido como “la caída de la catenaria”. Yo no sabía (y sigo sin saber muy bien) qué demonios era una catenaria, aparte de que constituía la explicación por defecto de cualquier desaguisado. Mi padre, que trabajaba en la ciudad mientras el resto de la familia nos tocábamos las narices en la playa, solía llegar tarde a comer con cierta frecuencia, y siempre era por culpa de la catenaria.
Actualmente, la dichosa catenaria sigue siendo una de las principales desgracias del sufrido usuario de Rodalies. Lo del día de las elecciones ya fue de traca, pues afectaba al acceso a la gran fiesta de la democracia, y ahí vieron el ministerio y la Chene una oportunidad inmejorable de ponerse verdes mutuamente. Óscar Puente, con la sutileza que le caracteriza, vino a decir que los culpables de todo eran los mossos d´esquadra, que no se enteran de nada y por eso ostentamos en Cataluña el récord de robos de cobre en toda España. El mandamás de la policía autonómica se quitó las culpas de encima y dijo que los culpables eran RENFE y ADIF (como si estas instituciones dispusieran de un cuerpo de seguridad privada), insinuando, sin llegar a decirlo, que todo cambiaría a mejor cuando la Generalitat se encargara personalmente del servicio de Cercanías (afirmación muy nacionalista, pero no del todo verosímil: ¿quién me asegura a mí que todo se arreglaría con un cambio de gestor en el transporte de humanos por vía férrea? La no planificación de la sequía no permite hacerse muchas ilusiones sobre el traspaso de competencias).
De parte de la Generalitat surgió incluso una teoría un pelín conspiranoica según la cual el sindiós del domingo obedecía a un sabotaje y no a la incompetencia de la policía autonómica. El principal problema de esa tesis es que no se sabe muy bien quién podría estar detrás del presunto sabotaje. O, como decían los romanos, Qui prodest (¿A quién beneficia?). No faltan patriotas que ven la mano del estado en la catástrofe, con la intención de que los indepes se quedaran en casa, pero teniendo en cuenta que el desastre catenario afectó por igual a soberanistas y unionistas, pues no parece una explicación muy verosímil. Basándome en mi atenta observación de los servicios de RENFE desde la más tierna infancia, yo diría que lo del domingo de las elecciones fue una más de la interminable lista de chapuzas con que la compañía lleva obsequiándonos desde el franquismo.
Curiosamente, nadie se preocupa por el usuario. Puente insiste en la inoperancia de los Mossos d'Esquadra. La Chene, en la falta de inversiones del estado en el mantenimiento de la red de cercanías. Aquí, cada uno barriendo para casa. El estado, defendiendo la necesidad de unos trenes controlados (o algo parecido) a nivel nacional. La autonomía, exigiendo el traspaso ferroviario para poner coto al desgavell habitual, como si todo fuese a mejorar sustituyendo a unos ineptos de Madrid por unos ineptos de Barcelona. Yo he llegado a la triste conclusión de que Rodalies nunca ha funcionado bien y nunca llegará a funcionar bien. Si hay quien ve sabotajes, yo veo una maldición inmune al paso del tiempo, mientras me vuelve a la cabeza la aparición por Canet de mi padre a las tantas, muerto de hambre y ciscándose en la catenaria, en RENFE y en la madre que los parió a todos.