El reciente desfile de moda de Louis Vuitton en el Park Güell ha servido para que la demagogia populista se dispare una vez más en nuestra querida ciudad. El hecho de que este tipo de eventos sean algo común en ciudades como París, Londres, Nueva York y demás urbes a las que nos gustaría parecernos no ha sido óbice para que los comunes, las asociaciones de vecinos y demás fuerzas vivas de la localidad hayan puesto el grito en el cielo ante un acto de insufrible exaltación capitalista y pija. De paso, el alcalde Collboni se ha llevado un chorreo del quince por tolerarlo y alentarlo (aunque no sé muy bien en qué grado, la cosa estaba emparentada con la Copa América, otro acontecimiento que no es del agrado de la supuesta Barcelona popular). Para acabarlo de arreglar, ante la actitud levantisca y boicoteadora de ciertos vecinos de la zona, los Mossos d'Esquadra tuvieron que repartir algunos porrazos que fueron interpretados como el último insulto del capitalismo al pueblo barcelonés.
Aquí se aprovecha cualquier cosa para liarla ofreciendo una versión cicatera de los acontecimientos. En otro orden de cosas, recordemos la que se armó cuando el MACBA pretendía ampliar sus instalaciones y fue acusado de querer dejar al barrio sin un nuevo y necesario CAP. Los aficionados al arte contemporáneo fueron tildados, prácticamente, de enemigos del pueblo que, con tal de disfrutar de sus obras favoritas, eran capaces de dejar morir a los humildes vecinos del Raval. Ahora, el asunto se ha planteado como una lucha entre el capitalismo elitista y el pueblo de Barcelona, al que se le impide disfrutar de su parque favorito para satisfacer a una pandilla de pijos que, además, te envía a la pasma para que te muela a palos.
¿Qué lo de Louis Vuitton es una pijada? Sin duda alguna. ¿Qué la Copa América es una frivolidad mientras Israel desintegra Palestina? Probablemente, pero convertir asuntos como estos en armas para la demagogia tampoco resulta muy presentable, ¿no? Otra cosa es que el alquiler en Barcelona clame al cielo y no haya ninguna administración local, de derechas o de izquierdas, que pueda o quiera ponerle solución. Pero un desfile de moda, pese a su evidente frivolidad, no debería tomarse como una ofensa a las clases populares, sino como lo que simplemente es: una manera de mantener la ilusión de que en Barcelona pasan cosas que la convierten en una capital de renombre mundial (lo que no es cierto, pero de ilusión también se vive). Y por un día que los vecinos no puedan deambular por el Park Güell no creo que vayan a sufrir un trauma irreparable: también se cortan calles para los rodajes y, que yo sepa, no les ha pasado nada grave a los habitantes de esas calles.
Me temo que estamos ante otro de esos casos en los que el dedo señala la luna y los tontos se quedan mirando el dedo. Barcelona tiene serios problemas de habitabilidad, faltan zonas verdes, el tráfico puede ser una pesadilla (sobre todo, cada vez que los taxistas montan una nueva entrega de su lucha sin cuartel contra los VTC), puede que los CAP sean insuficientes, pero… ¿Se soluciona todo eso enviando al carajo a los de Louis Vuitton o diciéndoles a los de la Copa del América que se vayan con sus barcos y sus pijadas a otra parte? Me temo que no. Es más, ojalá fuese tan fácil. Es por eso que las protestas presuntamente populares contra determinados eventos se convierten rápidamente en espectáculos mediático-demagógicos que apartan el foco de donde debería estar: la acción continuada del ayuntamiento de turno en vistas a mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos.