Desconfíen de quienes niegan su condición de turistas y presumen de ser viajeros. Viajero era Marco Polo, qué remedio; también ese ejecutivo de una multinacional que hace horas y más horas de avión con una presentación de PowerPoint a cuestas, o ese representante de lencería que va de mercería en mercería por los pueblos de España con una maleta llena de bragas de muestra. Ésos son viajeros; el resto, turistas, por mucho que vistan sus «experiencias» con frases de Pablo Coelho y Mr. Wonderful y hagan como de Malinowski en Nueva Guinea, dándoselas de antropólogos. Dejando a un lado contadas excepciones, todos somos o hemos sido turistas. 

Esto debería obligarnos a juzgar el turismo reconociendo que nosotros también somos turistas. Cuando exponemos sobradas razones para quejarnos de cómo los turistas nos están dejando la ciudad, pensemos en cómo dejamos nosotros los lugares por donde pasamos haciendo el turista. Creo que un poco de humildad nos vendría bien, como también admitir que el problema es complejo y no tiene una solución fácil. Luego está la cuestión del patrimonio de nuestra ciudad, con frecuencia tan maltratado, sobre el que quiero reflexionar un poco. Un maltrato que en ocasiones tiene una relación directa con el turismo, pero también con la desidia municipal y nuestro propio comportamiento.

Me viene a la memoria una campaña contra el turismo que hizo la chavalada de la CUP. Ahora me importa poco lo que pedían. Sólo diré que no se cortaron un pelo en pintar "Tourists Go Home!" en la fachada de la capilla románica dedicada a Santa Lucía, donde la catedral. ¡Con dos cojones!, y perdonen la expresión, que podrían haberla pintado en salva sea la parte de su abuela y no en parte del patrimonio histórico de la ciudad. Pero no es un caso único, ni mucho menos. Es uno de muchos ejemplos de desprecio por el patrimonio histórico de Barcelona protagonizado tanto por los barceloneses de a pie como por las autoridades municipales. 

Creo recordar, y cito de memoria, que el catálogo de edificios de especial interés que deberían contar con algún tipo de protección patrimonial no se revisa desde 1987. Gracias a la desidia municipal, algunos edificios y lugares de interés tanto histórico como cultural o social han sido arrasados por la avaricia y la piqueta de arzobispados, inmobiliarias, fondos de inversión y especuladores varios. En algunos casos, el vecindario ha alzado la voz en contra, inútilmente, pero en el resto abundan los silencios cómplices.

Porque, vamos a ello, existe un divorcio evidente entre los ciudadanos y el patrimonio de su ciudad. Pocos lo conocen o se interesan por él. La inmensa mayoría no siente interés alguno, para qué mentir. No es un problema exclusivo de Barcelona, también lo digo. Persiste una idea que relaciona el patrimonio de la ciudad tanto con el turismo como con la pedantería intelectual y las clases privilegiadas. Como el turismo molesta a los vecinos, la pedantería intelectual es un muermo y las clases privilegiadas parece que tienen licencia de corso para hacer lo que les viene en gana, el divorcio está servido.

En 1970, Paco Rabanne presentó su colección de temporada en el Park Güell. Hace unos días, lo hizo Louis Vuitton. En 1970, el público sólo prestó atención a las minifaldas de Paco Rabanne; hoy, nos indignan los daños ocasionados en el parque. Aunque fue declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO, parece que no importe demasiado. Como Louis Vuitton es además patrocinador de una cosa exclusiva de millonarios, la Copa América, el drama está servido. ¿Qué percibe el público? Que con dinero se puede hacer de todo: celebrar una boda por todo lo alto en el MNAC, cerrar un parque público a los vecinos, expulsar a miles de personas de su hogar para ampliar un parque de atracciones como la Sagrada Família… En fin, ya me entienden. Y si antes el patrimonio importaba poco, ahora se asocia con el abuso de unos pocos sobre la mayoría.

Cuando unos activistas descerebrados arrojan sopa o pintura contra un Van Gogh o un Velázquez, lo hacen convencidos de estar haciendo daño a los poderosos, y nos hacen daño a todos nosotros. Mucha gente comparte el íntimo convencimiento de que el arte es de los ricos, y no es, o no debería ser, verdad. Quien dice el arte, dice el patrimonio histórico, cultural o social de una ciudad. Sin ir más lejos, de mi ciudad. Deberíamos abordar la cuestión sin miedo ni hipocresías.