Hace ya cierto tiempo que pintan bastos en ERC. Elección tras elección, van perdiendo votos a capazos o, si traducimos directamente del catalán, perdiendo una sábana en cada colada. Intentando contentar a sus dos presuntas audiencias (el nacionalismo y la izquierda), se dedican en ERC a dar una de cal y una de arena en sus sucesivas iniciativas políticas. Verbigracia: a la hora de constituir la Mesa del Parlamentillo, se suman a los de Junts (a los que detestan, y el odio es mutuo), para jorobar al PSC y hacer como que le complican un poco la vida a Salvador Illa; acto seguido (¡hay que pillar cacho como sea!), amagan con integrarse en el ayuntamiento barcelonés, aprovechando que se han librado del irascible Tete Maragall, a ver si pillan un par de tenencias de alcaldía (hay que esperar a que las bases aprueben la movida, pero supongo que lo conseguirán). O sea, un día le hacen la puñeta al PSC y otro le ofrecen su leal colaboración. A todo esto, el beato Junqueras dice que se va, pero no del todo, y que probablemente volverá en noviembre. Resumiendo: lo que hay que hacer para comer…

En ERC, cuando les conviene van de independentistas (aunque Puchi les ha robado la merienda y ha contribuido notablemente a presentarlos ante la grey separatista como una pandilla de traidores y botiflers), y cuando también les conviene, se acuerdan de que (se supone que) son de izquierdas y porfían por colaborar con los sociatas. El premio a la coherencia no lo van a ganar, pero, mientras tanto, van tirando: ya le han dicho a los de Junts que su apoyo en el asunto de la presidencia del Parlament es puntual y que no se hagan ilusiones con respecto a un posible respaldo a la candidatura presidencial de Puigdemont. De hecho, la (posible) entrada de ERC en el ayuntamiento de Barcelona suena ligeramente a cambalache, como si Collboni les hubiera dicho: “Vale, os admito en la cosa municipal, pero, a cambio, contribuís a que Illa se haga con la presidencia de la Generalitat”. Y si tal cosa sucede, ERC habrá hecho una vez más lo que lleva haciendo últimamente, ejercer de izquierdista o de indepe según las circunstancias. Muy oportunamente, el beato se quita de en medio hasta que pase todo, confiando en que, cuando vuelva a la carga en noviembre (porque a ese no te lo quitas de encima ni con agua hirviendo) pueda defenderse de las acusaciones de botifler diciendo que él no estaba ahí para controlar la situación.

La principal diferencia entre Puchi y el beato estriba en que el primero está dispuesto a morir matando, porque no tiene nada que perder (como ya no es eurodiputado, o César o nada), y el segundo no, pues aspira a una larga carrera política. El prusés ha terminado y no ha llevado a ninguna parte. Toca, pues, resituarse en el mapa político de la Cataluña autonómica, algo para lo que Junqueras está mucho más preparado que Puigdemont, cuya relación con la realidad es mucho más oblicua que la del beato: demasiados años lejos de casa, rodeado de sicofantes que le dicen lo que quiere oír, le han llevado a hacerse unas ilusiones excesivas sobre su augusta persona. Si quieren sobrevivir, los de Junts van a tener que optar por el pragmatismo y convertirse de nuevo en Convergencia. Pueden conservar la base de fans, siempre que éstos tengan presente que la independencia es un simple desiderátum que nunca se hará realidad. Vuelta, pues, al peix al cove y a esporádicos movimientos para hacer como que siguen batallando por la liberación del terruño. O sea, a cobrar y a hacer como que se planta cara al pérfido estado español (la desobediencia parlamentaria al TC con la aceptación de los votos de los fugados ya va en esa línea: por mucho que sonría con suficiencia el inefable Agustí Colomines, todos sabemos que acabarán anulando los votos de la pandilla de Waterloo para evitar males mayores: un remake de las pancartas de Quim Torra).

Y ERC, mientras tanto, a sobrevivir y, si se puede, a medrar. Ahora pillan cacho en el ayuntamiento y, dentro de unos días, lo más probable es que contribuyan a la entronización de Salvador Illa recurriendo a la misma excusa empleada a nivel municipal: asegurar la catalanidad del poder. ¿Ayudar a Puchi a recuperar su sillón? ¡Antes la muerte!