Casi cada fin de semana y, a piñón fijo, cada fecha señalada como los puentes, las verbenas o simples festivos las grandes autopistas que conectan Barcelona sufren congestiones kilométricas, se colapsan. Se han convertido en infraestructuras costosísimas y obsoletas. Lo acabamos de ver estos días en torno a la celebración de Sant Joan y a los 460.000 conductores que abandonaron la ciudad para pasar unas horas fuera, una buena parte de ellas sobre el asfalto.
Llama la atención el poco relieve que le han dado a los atascos, en general, los medios de comunicación catalanes. Nos hemos habituado al desastre con la misma mansedumbre que las autoridades locales aplican para certificar la normalidad de una verbena en la que se produjeron cuatro muertes y 55 detenciones. Y con la misma naturalidad con que los barceloneses pagamos la superbrigada de limpieza que en tres horas retiró las 57 toneladas de porquería que los 70.000 verbeneros dejaron en las playas, casi un kilo de mierda por barba.
Pero, a lo que iba: ¿alguno de ustedes recuerda una simple mención del colapso de las autopistas en la reciente campaña electoral catalana? En absoluto. Tampoco nadie ha puesto como condición a la investidura de Salvador Illa algo parecido a una solución realista acorde con las exigencias europeas y la conveniencia de los ciudadanos.
La supresión de las barreras de la AP-7 cumplirá tres años en breve, y el balance no puede ser peor. No solo sufragamos las vías supuestamente rápidas por las que circulan quienes tributan en otros países, sino que en ellas han aumentado los accidentes, las colas y el tiempo de los desplazamientos. Nos ahorramos los peajes, pero gastamos más gasolina, invertimos más tiempo y corremos más riesgos. El transporte profesional tampoco paga, pero necesita más tiempo --combustible, salarios y amortización del camión--, lo que perjudica su eficiencia. ¿Quién ha salido ganando? La demagogia populista y simplista.
Los partidos nacionalistas y los comunes apretaron tanto para la supresión de los peajes al vencimiento de las concesiones, se pusieron tantas medallas, que ahora no dicen ni palabra sobre el desaguisado. No lo mentan porque de hacerlo saldría a la luz la premura con que se puso en marcha y la ineptitud con que se ha gestionado.
Al PSC tampoco le conviene sacar a relucir el tema porque supondría poner en evidencia al PSOE, que aún no ha dado con la fórmula --de pago-- que exige Bruselas para sustituir los peajes, y que propone la peregrina idea de fomentar el transporte de mercancías por ferrocarril para pasar del 4% actual de España al 17% de media en la UE. Una transición buenista que en caso de producirse necesitaría decenios.
El PP, Vox y las fuerzas minoritarias coinciden con el resto del Parlament en el olvido de un asunto que exige comprometerse con propuestas, asumir el riesgo de pisar callos, incluso ir a contracorriente para defender el interés común.