La pasada semana, los Mossos d'Esquadra detuvieron a cuatro hombres y una mujer autores de más de treinta sabotajes a cajeros automáticos con daños estimados en 70.000 euros. Mientras muchos barrios y pueblos piden más cajeros automáticos, esta banda de vándalos no ataca a los bancos, sino a los usuarios de cajeros en Barcelona, L'Hospitalet de Llobregat y Santa Coloma de Gramenet. Sus sabotajes perjudican a barrios enteros, los bancos sustituirán los cajeros dañados y los costes los acabarán pagando los clientes. Estos grupúsculos, que parecen trabajar para los bancos y no contra ellos, saben que la banca siempre gana.
Dicen ser anarquistas, pero ayudan a liquidar el anarquismo bien entendido. El de verdad, culto, partidario de la paz y, en el fondo, del orden. El de sabor catalán que diferenciaba Pío Baroja cuando escribió que un anarquista catalán no tenía nada que ver con un anarquista madrileño. Estos indeseables tampoco tienen nada que ver con aquella sentencia de Bertold Brecht: “Robar un banco es un delito, pero más delito es fundarlo”. Porque lo suyo es sólo cobardía. Amparada y fomentada, además, por la complicidad de pijos antisistema como Colau (ni olvido ni perdón a su grito de guerra “Viva la Rosa de fuego”) y su pelele Asens, defensor del asesino chileno que dejó inválido a un guardia urbano y mató a un hombre en Zaragoza. Autor también, del error procesal que acabó en suicidio de una okupa.
Advirtió Sir Winston Churchill: “los próximos fascistas serán los antifascistas”. Acertó en el caso de Barcelona. Especialmente, con los impostores de ideas y métodos fascistas. En 1987, policías europeas vigilaban las conexiones entre el anarquismo barcelonés, las Brigadas Rojas italianas y los atentados de ETA en la ciudad. Después, en sus redes sociales promocionaban Barcelona como la ciudad donde se podía ir de fiesta, montar barricadas, quemar contenedores y enfrentarse a la policía con tácticas de guerrilla urbana. Más adelante, Colau confraternizaba con los asaltantes de más de cien casas y espacios ocupados.
Por entonces, informes policiales indicaban que en aquellos antros se ocultaban delincuentes comunes, anarcos, libertarios, grupos no catalogados e independentistas violentos. Un cóctel molotov de tendencias como la autogestión, el antiautoritarismo, la colectivización y la negación de toda autoridad. Como los futuros comunes, aproximadamente. En 2008, disponían de una infraestructura de vivienda ocupada al servicio de forasteros violentos. Eran el 20%, y otro 20% procedía de otros lugares de España. Desde aquellos años y hasta ahora, episodios de violencia durante los desalojos, barricadas, guerrillas urbanas, quema de contenedores y bienes públicos, vehículos policiales incluidos.
Parte de la opinión pública y de la publicada los considera culpables de la práctica totalidad de actos incívicos registrados en los barrios donde se instalan. E igual opina una empresa privada dedicada a desocupaciones. Con su bastión en la Vila de Gràcia, su telaraña se extiende por Barcelona y ciudades vecinas. Además, disponen de presuntos ateneos, cooperativas y otros negocios. Algunos directamente piratas y otros subvencionados por el Ayuntamiento. Aunque estos malhechores que dañan cajeros automáticos y se llaman anarquistas son aliados objetivos e imbéciles útiles de los bancos.