La palabra turismo viene del tour que los hijos de los aristócratas organizaban por Italia y Grecia para completar su formación. Viajaban en grupo, acompañados por un tutor, un pobre hombre de letras. Éste hacía lo que podía, aunque sus pupilos no estaban por más lección que hartarse de vino y putas, como atestiguan tantas cartas y memorias de la época. Años más tarde, la burguesía también accedió al turismo, pero el turismo de masas llegó cuando los movimientos obreros consiguieron que el proletariado librara los fines de semana y tuviera vacaciones pagadas. Gracias al ferrocarril primero, al automóvil después y finalmente a los vuelos "low-cost", el turismo ha dejado de ser la afición extravagante de una minoría para convertirse en una industria que mueve millones de personas y miles de millones de euros cada año.
Según el Ayuntamiento de Barcelona, nuestra ciudad recibe más de 30 millones de visitantes al año, que generan el 15% de nuestro PIB y emplean directamente a más de 150.000 personas, el 16% de nuestra fuerza de trabajo. Sin embargo, no es oro todo lo que reluce.
La promoción de Barcelona antes, durante y después de los Juegos Olímpicos dio a conocer la "marca Barcelona" para atraer inversiones y turistas, muchos turistas. Hubo quien advirtió que eso se tendría que gestionar bien. ¿Gestionar? ¡No había nada que gestionar! Uno recordaba lo sucedido en Mallorca, Lloret, Salou o Benidorm y se le reían en la cara. Nadie hizo caso. El único plan que había era que viniera cuanta más gente, mejor. Hoy, demasiado tarde, el problema generado por tan poca previsión y tanta ineptitud entre los gestores de lo público nos apabulla a todos.
Han surgido brotes de turismofobia. Responden a la frustración de muchos ciudadanos a los que nadie ofrece soluciones, pero sí un enemigo, el turista. Como saben, es más fácil señalar a un enemigo que buscar una solución. De ahí que muchos agitadores políticos exhiban una filia por la turismofobia, que me atrevo a llamar turismofobiafilia a falta de nada mejor. Es una filia muy útil si uno apuesta por el ruido, echa la culpa a los demás y se escabulle cuando toca proponer soluciones.
El ejemplo recurrente es el de la vivienda. Los pisos turísticos han corrompido el mercado del alquiler. Es verdad. Pero hay más. ¿Alguien podría explicarme cuáles han sido las políticas públicas de vivienda en Barcelona? ¿Cuánta vivienda pública existe en Barcelona? ¿Cuánta se ha construido en los últimos treinta años? Unas 10.000 viviendas. Ahora mismo, existe una demanda no satisfecha de 60.000 viviendas sólo en Barcelona. Para complicarlo todo un poco más, los alquileres se han doblado en los últimos diez años, mientras el poder adquisitivo de los barceloneses ha disminuido entre un 10 y un 15%.
Lo de nuestros salarios es una vergüenza y explica parte del problema. Nuestros empresarios prefieren mano de obra barata y contratos basura antes que invertir en una plantilla bien formada, profesional y con refuerzos tecnológicos. Y esto vale tanto para la empresa privada como para la administración pública y vale especialmente para la industria turística. ¿Quién, bajo estas condiciones laborales, puede pensar en independizarse y formar un hogar?
Para más inri, no existe un plan metropolitano de vivienda, nadie ha pensado en gestionar la nueva demanda de transporte público para todos aquellos que estudian o trabajan en Barcelona, pero viven en la periferia. Etcétera, etcétera.
Salta a la vista que nuestros gestores de lo público, o bien se han visto superados por la situación, o bien les importa un rábano, o ambas cosas a un tiempo. Eso no puede ser bueno.
Pero los turismofobiafílicos despistarán el tema y se centrarán en el comercio local, víctima de las franquicias. Podríamos hablar del alquiler de los locales o de la gente que no va a comprar a estos locales, que por algo será, pero hablemos de los planes de ayuda al comercio local, hablemos. ¿Qué planes? Ah, eso digo yo, qué planes, que quiero verlos. Se quejarán también de los locales donde ofrecen "brunchs" y protestarán porque "no son de aquí" y ponen en peligro "nuestra identidad". Supongo que también estarán a favor de eliminar las pizzerías, los restaurantes chinos, el sushi, los cruasanes, el ceviche, las heladerías italianas, los asadores argentinos y un larguísimo etcétera de locales que no ofrecen "seques amb botifarra" de desayuno, con porrón de acompañamiento.
El problema no son los turistas, sino cómo se gestiona el turismo. Hasta ahora, nadie ha gestionado nada y así nos tenemos que ver.