Dato del último barómetro municipal: el 85% de los barceloneses apoyan el endurecimiento de las sanciones a comportamientos incívicos. La misma encuesta señala que, como ya viene ocurriendo en las últimas consultas, la inseguridad es el problema principal de la ciudad (27,2%) muy por encima del segundo: el acceso a la vivienda (16,6%). Al mismo tiempo que se hacían públicas estas cifras, se inauguraba la comisaría de los Mossos en el aeropuerto de El Prat, donde los delitos se multiplican día a día. En 2023 hubo allí 600 detenciones; a la mitad de este año ya van 500. En un intento de neutralizar la mala imagen, los Mossos dieron a conocer la evolución de la delincuencia en Barcelona. Pura propaganda para uso de las emisoras de la Generalitat que se apresuraron a anunciar que bajan los delitos: un 0,5%. Es decir, apenas nada. Una cifra más: los juzgados barceloneses están colapsados y acumulan más de 20.000 casos pendientes de juicio. Muchos de ellos, para reincidentes. Otros, como el de Jordi Pujol, están pendientes desde hace 10 años por motivos que los jueces sabrán y la ciudadanía intuye.

Esta misma semana, en una web de los vecinos de Sants, uno de los participantes explicaba que la calle de Badal se convierte en zona de juerga a voz en grito una madrugada sí y otra también. El barullo impide dormir a los vecinos que lo han notificado repetidamente al consistorio con resultado nulo. Así lo resume un residente: “He hablado con una patrulla de la Guardia Urbana y la solución que dan es ir a la alcaldía de Creu Coberta varios vecinos y poner una queja. Cuando les llamas no vienen porque se atiende al índice de peligrosidad y que estén borrachos y suene, la música no es peligroso”. Para colmo, en esa misma zona tiene su inicio y final la línea de autobuses número 70 y, según los mismos vecinos, para evitar el calor y tener el aire acondicionado en marcha, los conductores esperan en la parada con el motor encendido. Ruido de noche y ruido de día. Eso sí, como el ruido no es peligroso, al ciudadano solo le queda aguantarse

La gestión del equipo municipal, según el barómetro, ha mejorado y las cifras lo reflejan. En junio del pasado año, el 42,4% la calificaba de buena y el 12,6% de normal, mientras que el 42,7% la definía como mala o muy mala. Ahora el 47% de los barceloneses la califican de buena o muy buena, mientras que el 36,8% la tilda de mala o muy mala. Un porcentaje que, seguramente, incluye a los eternos descontentos, pero que sigue siendo alto. Ahí es nada que un tercio de los barceloneses estén insatisfechos con la gestión del consistorio, la más cercana.

En esta insatisfacción hay que incluir la que provoca el incivismo: quienes tiran papeles y latas al suelo; quienes no se hacen cargo de la porquería de sus mascotas; quienes no pagan en el transporte público; quienes en bicicleta o patinete han estado en más de una ocasión a punto de atropellar a alguien en la acera; quienes llevan el tubo de escape petardeando o profieren gritos alcohólicos; quienes plantan su coche en el carril-bus o en las aceras. Y todo esto impunemente porque, claro, no es peligroso.

La queja por la inseguridad no se debe tanto a una experiencia propia como a la acumulación de incomodidades cotidianas por hechos que no siempre suponen un peligro, pero que hacen la convivencia más difícil. Las normas de civismo, aunque cierta izquierda crea que son pura represión, buscan engrasar las relaciones sociales. Hacerlas más llevaderas, porque fáciles no son.

Aunque si es peligroso, la cosa no va a mejor y, si al fin la policía interviene, los castigos (y el apartamiento del delincuente de la vía pública) se eternizan porque el sistema judicial es una broma.

Las leyes españolas son enormemente garantistas con el sospechoso, pero prestan muy poca atención a la víctima. Son leyes hechas desde una perspectiva supuestamente ilustrada (roussoniana). Se supone que todo el mundo es bueno y, por lo tanto, el delincuente es una víctima de la sociedad, de modo que hay que reeducarlo y darle una segunda oportunidad. Bien está, pero de momento las oportunidades que se les dan son, en muchos casos, para seguir delinquiendo.

Y conviene no perder de vista que hay quien acaba pensando que la única solución es la autoritaria. Luego pasa que crece el voto del cabreo que acaba en formaciones que no tienen más programa que criticarlo todo y buscar un chivo expiatorio. Si el chivo es extranjero, mejor. Pasa hasta en las familias: la mala siempre es la consuegra y el malo, el cuñado. El de fuera. El otro.