La última fase de la trayectoria política de Xavier Trias ha sido desconcertante, muy distinta de aquella otra cuando dirigió las consejerías de Sanidad y de Presidència bajo la tutela de Jordi Pujol, periodo en el que ganó cierta fama de eficaz. Pero desde su viaje a la política municipal, en lugar de comportarse como un señor de Barcelona, que sin duda era el papel que le tocaba por cuna, lo ha hecho como un señorón de esos que se pasan el día en pijama y zapatillas con unos modos nada ejemplares; algo así como lo que entendemos como Pedro por su casa.
Recuerdo que cuando una primeriza Ada Colau concurrió a las municipales del 2015 anunciando que rechazaría una parte del sueldo en caso de ser elegida alcaldesa, Trias quiso ridiculizar la propuesta señalando que antes de optar a esos ingresos él preferiría jubilarse. El hombre había calculado qué pensión le tocaría, muy parecida al sueldo con que se conformaba Colau, y lo soltaba así, a la pata la llana.
Xavier Trias dejará el Ayuntamiento de Barcelona antes de irse de vacaciones, decía la semana pasada La Vanguardia para anunciar su renuncia definitiva. Quizá el autor del título no tenía la intención, pero es uno de esos buenos editoriales sintetizados en 12 palabras que a veces nos salen a los periodistas: para el político convergente pesa tanto su papel en el destino de la ciudad como unos días en la playa. Y lo expresa con esa naturalidad propia de los pijos.
Ya nos advirtió a unos días de las elecciones de 2023 cuando dijo que si no podía ser alcalde dejaría el acta de concejal, dando a entender que la renuncia sería inmediata. Pero, ¿cómo podía decir eso quien había impuesto como nombre de la candidatura su propio apellido? ¡Qué banalidad! La misma que protagonizaría Carles Puigdemont algo más tarde.
Después, cuando, pese a que su lista fue la primera en votos, no supo tejer las alianzas necesarias para repetir como alcalde le salió aquello tan de desahogo pueril. “Que us bombin” -que os den-, una frase desafortunada que ha tratado de tunear sin mucho éxito, como hizo el viernes al final del último pleno municipal al que asistía.
Su verdadera despedida, un año después de lo prometido, ha sido una entrevista en Catalunya Ràdio en la que ajustaba cuentas con Jaume Collboni y Salvador Illa malmetiendo desde el rencor en las negociaciones del PSC con ERC para la investidura del primer secretario de los socialistas catalanes como presidente de la Generalitat.
El último barómetro municipal ha cerrado un cruel balance del paso de Trias por el consistorio barcelonés: los neoconvergentes han perdido 6,2 puntos en intención de voto en los últimos 12 meses, mientras que los socialistas han ganado 5,3. Al final, al que le han dado ha sido a él.