La paralización, una más, de una tuneladora de la L9 del metro es una de esas cosas que vale la pena recordar que forma parte de la herencia de Pujol. No la que guardaba en Andorra, que esa le dio algunos dividendos, sino la negativa que deja en la ciudad de Barcelona y su entorno inmediato. La recuperación de su figura por Junts, partido heredero de Convergència, se produce al mismo tiempo que encalla, otra vez, una de sus obras emblemáticas, que lleva el camino de suceder a la Sagrada Família en tiempo de realización. Hay quien cruza apuestas sobre qué acabará antes.
La L9 (luego rebautizada en algún tramo como L10) fue aprobada en el plan director de infraestructuras del año 2002, con la previsión de que entrara en funcionamiento en 2004. ¡Vaya ojo! El presupuesto inicial rondaba los 3.000 millones de euros y fue la última gran obra que adjudicó Jordi Pujol, antes de que Pasqual Maragall lo sustituyera en la presidencia del Gobierno catalán. Se hizo con prisa, mucha prisa. Algunos vincularon la precipitación a la campaña electoral en ciernes, con perspectiva de perder las elecciones; otros, en cambio, a que ciertos dirigentes del partido no querían que se evaporara la comisión que correspondiera.
Actualmente, las estimaciones más conservadoras hablan de que los costes superarán ampliamente los 20.000 millones de euros. En el currículo de los gestores de Junts debería figurar la L9, para que se sepa cuál es su capacidad de cálculo del gasto, cuando el dinero es público, además de cómo se cumplen sus previsiones en el tiempo.
Es posible que la ineficacia que traduce la L9 tenga un segundo aspecto: es una obra plenamente metropolitana. Cruza Barcelona y enlaza dos poblaciones del sur (L’Hospitalet y El Prat) y dos del norte (Badalona y Santa Coloma). Con contadísimas excepciones, poblaciones rojas que no votan al carlismo convergente ni posconvergente. De ahí que el pujolismo no pusiera especial énfasis en cuidar de sus intereses ni en atender a sus necesidades.
Pero cabe también que, en realidad, la fama de buen gestor de Pujol sea pura propaganda, magnificada por los mensajes de TV-3. Porque hay una segunda obra supuestamente emblemática de su etapa que arroja resultados aún peores (y ya es decir) que la L9. Se trata del denominado Eix Transversal que, en principio, debería haber contribuido a quebrar el centralismo barcelonés. Una carretera que enlazaba Girona y Lleida y evitaba cruzar el centro más poblado de Cataluña. ¿Cuál fue el resultado? El primer Tripartito tuvo que asumir su desdoblamiento porque se había convertido en una trampa mortal. Era la que tenía mayor número de muertos en accidente por kilómetro de Catalunya y de España. Eso sí, cada tramito que se asfaltaba, el entonces Honorable y hoy defraudador confeso (recibido en el Parlament por su presidente) organizaba un acto inaugural para anunciar la buena nueva al mundo. Al menos, al mundo que comulgaba con TV-3. Entre pitos y flautas, los 153 kilómetros de obras tuvieron 13 inauguraciones. Todas con canapés y copa de cava.
Buena parte de los accidentes se debían a que había una notable cantidad de tramos de doble dirección y otros, con un tercer carril de adelantamiento que provocó no pocos choques frontales. Además, se llenó de camiones que buscaban evitar los peajes que había entonces en la AP-7 y la AP-2.
En la L9, por fortuna, no ha habido muertos. Claro que, en realidad, tampoco hay L9. Y lo que es más grotesco, a 22 años de su adjudicación, hay tramos en su trazado central barcelonés que no disponen de fecha de inicio (mucho menos de final) para las obras.
Pero que nadie desespere. Cuando haya otras elecciones autonómicas, es perfectamente posible que los de Junts (si aún existen) o sus sucesores (con el nombre que haga al caso), defiendan la necesidad de acelerar las obras y acusen a los demás del fracaso que ellos iniciaron. Incluso podrían defender que, con la independencia, Barcelona ya tendría terminada la línea y que incluso sería gratis. Y ya puestos, pueden ponerle a una estación el nombre de Puigdemont. Aunque para eso no hay que esperar: hay muchas estaciones inexistentes, es decir, fantasmas, que pueden optar a esa denominación.