Escribo estas líneas con un vaso de horchata fresquita bien a mano y un ventilador a mis pies dando todo de sí. A ratos me pregunto qué hago yo en Barcelona en agosto y cuándo me caerán unas vacaciones, pero la vida del autónomo es lo que tiene: de todo menos autonomía. Aquí estoy, en la Barcelona de mis calores.
Me he tenido que enterar por la radio del inicio de la Copa América. No sabía que iba a durar hasta octubre, vaya por Dios. Tampoco sabía cuándo empezaba, la verdad. Todo el mundo dice que es un acontecimiento importantísimo, de esos que quitan el hipo y dejan mucha pasta en la ciudad. Pero nadie que yo conozca, durante el último año, me ha comentado nada de la Copa América. Nada. Ni bueno ni malo ni regular, nada. Tampoco he sabido de nadie interesado en esta competición.
Lo sé, lo sé: se trata de una muestra sesgada y poco significativa, pero me pregunto a cuántos barceloneses ha interesado alguna vez alguna edición de la Copa América hasta que no les han cerrado la Barceloneta al tráfico por la que nos ha caído en suerte. Debo reconocer que una vez me interesé en la Copa América, la de 2003, porque la pasaron por televisión y coincidí con la retransmisión alguna tarde muy aburrida. Ganó el Alinghi, de la Sociedad Náutica de Ginebra, en Suiza. Como todo el mundo sabe, Suiza es una potencia náutica de primer orden y ahí tienen la prueba, que siguen en la brecha por ver si arrebatan la copa a los neozelandeses, esos seres que viven en la otra punta del mundo.
Esta competición entre clubes de yates ha despertado un grandísimo interés, como les estaba diciendo. Será por el dinero que dicen que deja. Según la nota de prensa de los organizadores y las empresas que se encargan de la comunicación y la publicidad de la Copa América, que los periódicos y los políticos convierten en artículo de fe, sin cuestionárselo, la Copa América tiene un impacto económico sólo superado por el de unos Juegos Olímpicos o un Mundial de Fútbol. Me gustaría ver esos números, pero no quiero ponerme ahora a discutir. Porque, mucho me temo, los únicos de la ciudad que saldrán beneficiados son los que pueden permitirse ser socios de un club de yates.
La competición en sí es apasionante si sabes de veleros y has navegado en ellos. Si no, no te enteras de una mierda. Pero han puesto televisiones para que puedas ver gratis lo que ocurre mar adentro, porque si no las pusieran ni te enterarías de que andan a ver quién orza mejor, quién trima al viento con más salero, quién ciñe más ajustado o quién descuartela mejor mediante el rumbo de través, que son cosas que uno aprecia a primera vista, sin duda. Pero, gracias a las televisiones, en cinco minutos, experto. Podrás decir con propiedad que ésas no son maneras de amollar el backstay, por Dios, que así no conseguirá un buen embolsamiento y tendrá que vérselas con otro rumbo de aleta, el suizo ese, que sabrá de quesos y de vacas, pero que poco mar habrá visto.
Tras esos fuegos fatuos, o de artificio, si se prefiere, yace una Barcelona que espera no ya una Copa América o un circuito urbano de Fórmula 1, sino que alguien gestione la recogida de residuos de manera competente, no puerta a puerta, que se termine de una vez la línea del tranvía por la Diagonal o la L9 del metro, que alguien en alguna parte haga algo para poder acceder a una vivienda digna sin tener que vender mis órganos internos, o que ponga orden en algunas calles, cuyos vecinos se desesperan por culpa del ruido, las juergas, las peleas o la venta de drogas, por ejemplo.
Ahora parece, sólo parece, que el señor Collboni podría, por fin, aleluya, formar algo parecido a un gobierno municipal con la muchachada de ERC porque todavía creemos en los Reyes Magos de Oriente. Está ese partido para fiarse de lo que hará mañana, que nos conocemos. Aunque está todo un poco patas arriba, a decir verdad. El panorama político es descorazonador, así, en general. Todos mienten, nadie puede presumir de nada bueno y la casa de todos, sin barrer. Pero, eh, que tenemos carreras de yates mar adentro, oigan, y eso pondrá a Barcelona en el mapa.
Que vivan las carreras de yates, pero antes estábamos en el mapa porque éramos una ciudad inquieta y viva, no un muermo.