Hace unos días, el rey se presentó en Barcelona para lo de la Copa América y fue recibido entre sonrisas cordiales por el presidente de la Generalitat, Salvador Illa, y el alcalde de la ciudad, Jaume Collboni, en compañía éste del ex alcalde y actual ministro Jordi Hereu (no conozco personalmente a Illa, pero les puedo asegurar que Collboni y Hereu son dos tipos muy simpáticos en la distancia corta). Que una cosa así sea noticia es de traca, pero si tenemos en cuenta que en Catalunya la normalidad institucional es considerada por muchos como una grosería y una ofensa a la patria (chica), no me queda más remedio que destacarla.
Como todos recordamos, las visitas reales a Barcelona han sido durante los últimos años un prodigio de mala educación y la muestra de una actitud pueril ante la realidad política, gracias a los feos de los políticos lazis y de la alcaldesa Ada Colau (que no es independentista ni constitucionalista, sino todo lo contrario, y amenaza con volverse a presentar a las municipales en el 2027, tras dedicarse, según ella, a explicar en Europa la buena nueva de los comunes, aunque nadie sepa en qué consiste). Los lazis le daban esquinazo al monarca porque, según ellos, Cataluña no tiene rey y ellos solo disponen de una patria, oprimida por el perverso estado español. Colau optaba por un republicanismo de salón que la impulsaba a no dejarse retratar con Felipe VI. Pero unos y otros hacían las cosas a medias, ausentándose de la recepción y el besamanos y apuntándose luego al papeo de turno, donde solía tocarles compartir mesa y mantel con el denostado borbón. Yo no sé si hay un término entre la lucha armada y asumir la realidad, pero si lo hay, dudo que consista en esas actitudes de chichinabo modelo “la puntita nada más”.
Parece que, con la nueva administración autonómica y municipal, la tontería republicana va tocando a su fin, ¡y ya era hora! Si viene el rey, hay que recibirle por cuestiones protocolarias y de cortesía institucional. Y si te revienta, te jorobas y asistes al paripé, que para eso representas a una comunidad autónoma (o región española) o a un ayuntamiento nacional (también a Rajoy le parecía un coñazo el desfile del Día de la Hispanidad y se lo chupaba enterito, pues para algo era el presidente del gobierno).
Como era de prever, esta vuelta a la normalidad de Illa y Collboni le ha olido a azufre a los independentistas, que parece que encontraban ya excesivo lo de quedarse a comer (y ahí no les faltaba razón). Entre eso, la bandera española en el despacho de Illa y los contactos de Collboni con el Instituto Cervantes, da la impresión de que están que trinan. Son los problemas de no querer entender donde se vive: en una comunidad que, hasta nueva orden, forma parte del reino de España. Aunque, evidentemente, si consideras que la independencia del terruño está al caer (declarada está, solo queda el pequeño detalle de implementarla), cualquier contacto con el opresor es anatema para ti y los tuyos.
De momento, se acabó lo de quedar como un gañán en cada visita a Barcelona del rey de España. Lo cual es un buen primer paso para conseguir que la población se familiarice con una realidad que se le ha pretendido hurtar durante los últimos años. Lo siguiente sería conseguir que los premios Princesa de Gerona se entregaran en Gerona, pero en la capital de la Cataluña catalana, gracias a su alcalde de la CUP, Lluc Salellas, la cosa no va a ser tan fácil: habrá que esperar a que el PSC lo desaloje del consistorio, con lo que, además, respirarán los tenderos a los que Salellas acosa para que rotulen en catalán.
Más allá de lo que den de sí Illa y Collboni en sus respectivos cargos, de momento se aprecia en ambos un intento de volver a la realidad que resulta bastante de agradecer: que chinchen y rabien los diarios digitales del ancien regime, aunque están todos tan preocupados por la posibilidad de que les reduzcan la sopa boba de la que se han alimentado desde hace años que igual echan un poco el freno en su beligerancia.