La exalcaldesa de Barcelona ha anunciado su renuncia a la concejalía en la oposición y su marcha del Ayuntamiento. La ida de Ada Colau tiene una parada inicial: la Fundación Sentit Comú enraizada en el partido al que pertenece. Lo que se ignora es el destino final de su trayecto político. Abandona el consistorio evidenciando que Barcelona le importa bien poco y que lo suyo es un mal entendido y ejercido activismo social. En el año que ha permanecido en su escaño municipal fuera de la alcaldía su quehacer ha pasado desapercibido por prácticamente ser inexistente.
Alega en su abandono que quiere dedicarse a frenar la ultraderecha. Lo dice quien ejemplifica el neocomunismo de nuestros tiempos que no deja de ser la “ultrazurda” de siempre.
Y amenaza con volver y presentarse a las próximas elecciones municipales del año 2027. Por cierto, donde queda el código ético de su partido que limita a dos las concurrencias electorales de un militante. Norma que Ada Colau ya quebró al presentarse una tercera vez. Ahora no descarta una cuarta candidatura a la alcaldía y quien sabe si después una quinta. Curiosa forma la de combatir a lo que ellos calificaban de casta, pero como dice el refrán “de casta le viene al galgo” o a los comunes……
Marcharse es un engaño a los barceloneses que confiaron en ella en los comicios del año pasado. Además, Ada Colau desliza una posible nueva candidatura dentro de tres años que es una mofa. Si quiere recuperar la alcaldía lo que debiera hacer - es lo propio de todo compromiso con tu ciudad, sus barrios y sus vecinos- es trabajar duro cada día para mejorar sus condiciones de vida y la transformación urbana y social. Estés donde estés, en el gobierno o fuera de él, siempre hay que hacer honor a la palabra dada cuando se es candidata.
Quizá la anterior primer edil pretenda silenciar la cruda realidad del veredicto de las urnas. En las dos ocasiones a las que Ada Colau concurrió a las elecciones ya siendo ya alcaldesa, en 2019 y 2023, retrocedió en ambas perdiendo un concejal cada vez que se presentaba a su reelección. Fue alcaldesa antes, en 2015, con el gobierno municipal más minoritario de la historia hasta entonces, solo 11 sobre 43, una minoría absoluta. Nunca tan pocos, los comunes, gobernaron todo y durante tanto tiempo, dos lustros en Barcelona
Internacionalizará, se dice de Colau, sus planteamientos. Seguirá la estela del comunismo más rancio y totalitario que ya conocemos por muchos tintes de modernidad que se pretendan. Colaborará con fundaciones extremas como la italiana Feltrinelli y encontrará acomodos y respaldos en Europa donde ya la espera para colaborar y aupar quien fue su teniente de alcalde, Jaume Asens, y ahora eurodiputado.
Podría marcharse a Italia, se sugiere, para dar clases en la universidad y quien sabe si volverá la aún munícipe a disfrazarse de abeja sin colmena como hacía en las elecciones locales de 2011 para boicotear los actos de campaña de los partidos y hacerse notar en sus reivindicaciones y protestas. Y, ¿por qué no?, podría retornar a ser aquella intrusa que “okupaba” viviendas sociales de propiedad municipal.
Desde Italia puede tener la tentación de articular estrategias como las del alcalde Maragall, que promovió desde allí L'Olivera para ganar las elecciones catalanas y ser President de la Generalitat. Pero es obvio que ni ella es Pasqual ni ha organizado unos Juegos Olímpicos, sino que dejó desnortada nuestra ciudad.
Atrás dejará una etapa nefasta de gestión pública para Barcelona y cuyo legado el alcalde Jaume Collboni aún no ha derogado. Promovió una entidad, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, la PAH, pero su balance de gobierno en políticas de vivienda fue un fraude de mucho cartón y poca piedra. Su “cochefobia” ha fundido la movilidad en la ciudad al inundarla de carriles bicis y restricciones de tráfico muchas de ellas innecesarias o contraproducentes. El diálogo de ciudad solo fue un monólogo impositor de los propios.
Ada Colau ya podrá hacer lo que le gusta, el activismo del malo, la gesticulación de la peor, y la estéril confrontación social de aquellos que sustituyen la lucha de clases por el odio social y para quienes los derechos se defienden vulnerando los de los demás. Siempre lo anterior será más fácil que la obligada buena gobernanza. Es una ida que confío no tenga vuelta.