El balance provisional de la Mercè 24 anima al optimismo porque la principal preocupación, la violencia, no se ha visto confirmada. Nada que ver con ediciones anteriores tanto en altercados, como en heridos y detenciones.

Jaume Collboni ha recordado que en julio y agosto se registró un descenso del 7% en los actos delictivos en la ciudad, que a su vez venía a consolidar y mejorar el 4% de contención del primer semestre del año.

Como se sabe, el alcalde ha roto la tradición de su predecesora y ha asistido a la misa –que ya no forma parte de la fiesta mayor de la ciudad--, lo que ha permitido que la primera autoridad local y la nacional, Salvador Illa, coincidieran en la ceremonia, algo que no sucedía desde 2014.

No parece, sin embargo, que esa devoción mariana haya influido demasiado en el comportamiento de los asistentes a los numerosos actos programados durante estos cinco días. Todo apunta que la actuación policial, la elección de los escenarios y los horarios de las actuaciones musicales han sido determinantes.

La colaboración entre Guardia Urbana y los Mossos d’Esquadra ha permitido que 5.000 agentes velaran por la seguridad de barceloneses y visitantes, lo que ha provocado que alguna asistente a los conciertos del frente marítimo se quejara en Tik-Tok de la presencia policial.

Ese despliegue facilitó la localización de algunas armas blancas y la detención de sus propietarios, los protagonistas de las riñas que se producen al término de los espectáculos; gentes que lían la bronca contra los policías para prolongar la fiesta a su estilo.

También ha habido modificación de horarios, como sucedió el domingo por la noche. El lunes, puente para algunos, era laborable para la mayoría, así que poco después de la medianoche se terminó la música, antes que otros años.

El piromusical que remató el final de la Mercè resumió bien el espíritu de estos días: espectáculo, belleza y tranquilidad, sin aspavientos ni altercados. Una idea que también se respiraba en el playlist de Rosalia: música para todos los gustos, de presente y de futuro, de encuentro; casi ecumémica. Propia de una ciudad que quiere vivir de espaldas a las estridencias, que quiere disfrutar y sentirse orgullosa de sí misma. Anoche, Montjuïc recordó en ciertos momentos a la Barcelona del verano de 1992.

O sea, que la receta del éxito incluye probablemente una mejor elección de los escenarios y alejar las concentraciones gigantescas del centro; también aumentar la presencia policial -el orden-, así como reprimir a la gente aficionada a circular por la ciudad con armas en el bolsillo. Puede que para algunos sean conclusiones reaccionarias, pero si estoy en lo cierto ya sabemos cómo organizar las celebraciones en Barcelona, al margen de que lo más democrático sea no poner fin a la fiesta ni coartar la libertad de los gañanes.