Terminó la Copa América de vela. Lógicamente, nada fue como se nos había prometido. Ni tantos millones de espectadores, solamente unos miles, ni un impacto económico que haya justificado buenos retornos a los 100 millones de dinero público invertido, de manera directa. Tampoco el espectáculo prometido.

Una competición entre ingenieros en medio del mar no da para mucho por más que los medios se esforzaran en querer demostrar su singularidad, así como el atractivo estético. Tampoco nadie entendió la dinámica de la misma competición, como se jugaba y cuáles eran los resultados. Cuando en un deporte te tienen que dar repetidas explicaciones es que está mal diseñado y no tiene interés.

Había un cierto morbo para ver un desfile de ricos por el puerto, un poco como en la Fórmula 1, pero en la fan zone más bien predominó el aburrimiento y la soledad. Lo mejor de todo, es que el evento terminó, parece, que para no volver. Una vez y nada más parecen afirmar sin decir los responsables públicos que aseguraron el desarrollo de tal actividad.

Lo paradójico del tema es que tuvieron que facilitar la organización y por tanto justificar su interés personas que no creyeron ni creían en el invento, que no eran estúpidos como para tragarse una sarta de mentiras y medias verdades, las cuentas del gran capitán, pero no tenían más opción que tirar adelante y poner al tiempo buena cara. De hecho, el alcalde Collboni había sido contrario a la celebración cuando estaba en la oposición, pero tomar el gobierno obliga a hacerse cargo de lo que hay.

La herencia recibida, se llama. No cabía otra posibilidad. Lo llamativo de este caso es que compró la idea en su momento la mismísima Ada Colau, pensando que emulaba a Pasqual Maragall y sus Juegos Olímpicos. Nada que ver. Pareciera que el componente elitista del evento de vela le habría tenido que echar para atrás. Pero no. Cuando se ha celebrado el incomprensible encuentro regatista, ha mudado de opinión, reconoce en boca pequeña haberse "equivocado”. Ha aprovechado para desdecirse y acusar al gobierno municipal actual. No sé si confusión o bien cinismo. Incluso desde círculos próximos a ella, también del independentismo, se ha iniciado una campaña de datos y de poner en evidencia las mentiras sobre las que se ha sostenido un tinglado que llegó a la máxima ridiculez estética y conceptual con el concierto y espectáculo de drones en la playa, algo digno del Caribe más provinciano.

Para la organización privada que pilota la competición y para la que en sus adentros fluye un buen dinero, hicieron discurrir la idea de que se podría establecer, casi de manera definitiva, su celebración en Barcelona, abusando del truco de ganar a base de elogios y reconocimientos a la ciudad.

Por suerte, los responsables municipales parece que no han caído en un planteamiento tan burdo y pretenden destinar los recursos públicos a actividades más provechosas para la ciudad, en lugar de promover tinglados que, lo único que pretenden es traer a la ciudad algo que sobra: turismo.

Resulta curioso que, a pesar de lo tramposo del tema de la Copa América, los empresarios locales a través del rancio Fomento del Trabajo, exijan su continuidad. Fíjense en el detalle, no están hablando de implicarse en su financiación y negocio con los organizadores, algo que tendría sentido en tanto defensores que el evento se vuelva a celebrar en Barcelona. No, su chequera no la piensan tocar. Piden que la administración pública vuelva a pagar la fiesta. Tanto hablar de la importancia del empresariado, del carácter emprendedor de la burguesía catalana, pero siempre apelen al dinero público para financiar algo que les pueda reportar a hoteleros y gremio de la restauración algunos ingresos adicionales. ¿Porqué no invierten si tanto creen en ello?

El ayuntamiento de Barcelona ya hizo el paripé inevitable. Su salida del embrollo ha sido elegante: tenemos otras prioridades y muchas otras oportunidades. No se debe practicar la genuflexión a un pijerío global y cosmopolita que acostumbra a jugar con los cretinismos provincianos, con gente más bien tendente a hacer poner la alfombra. El evento puede que se traslade a Valencia. Tiene lógica con la confusión de política y negocios que se practica en esta comunidad desde los tiempos de Antonio Zaplana, Francisco Camps o Rita Barberá.

El Partido Popular lo apoyará en su pretensión febril en que Valencia releve a Barcelona como capital del Mediterráneo. Siempre ha sido la utopía de José María Aznar. Esto no nos debería confundir ni hacer dudar. El modelo de la Comunidad Valenciana es un decálogo extractivista de “toma el dinero y corre”, aún a costa de destruir absolutamente el interés de esta ciudad y de su litoral. Barcelona tiene que jugar en otra liga, espero y deseo que tenga proyectos más sólidos y sostenibles hacia el futuro una vez se ha librado del ensimismamiento independentista y de una izquierda posmoderna sin nada que aportar. Sería deprimente que no fuera así.