Hace más de 10 años que no veo TV3 y soy feliz. Tampoco veo otras cadenas generalistas. TV3 la abandoné porque me parecía terriblemente carca, pueblerina y casposa, adjetivos que también merecen algunas cadenas privadas. Sólo tiene uno que ver a sus humoristas. Pero, ay, TV3 es pública y me cuesta (nos cuesta) más de cincuenta euros al año de nuestros impuestos. Las privadas, de entrada, no me cuestan nada si no las veo. Ya sé que no es del todo cierto, pero ya nos entendemos.
Lo digo porque me pasaron un vídeo, el otro día, donde dos presuntos periodistas de esta televisión pública hacían un repaso a los años en que Colau fue alcaldesa de Barcelona. Mira tú que ahora lleva al cuello un pañuelo palestino, mira tú que se vistió de rojo en tal evento (otra, «evento», con lo fácil que es decir fiestorro), mira tú qué pinta tenía aquel día del pleno y otras tonterías por el estilo. Dedicaron sus buenos minutos al chismorreo de cómo vestía y qué imagen transmitía quien fue nuestra alcaldesa, regodeándose en los presuntos horrores estéticos que cometió a lo largo de su mandato. Pasé mucha vergüenza, no pude ver el vídeo entero.
En esta columna, más de una vez y más de dos, me permití quejarme de algunas de las cosas que hizo la señora Colau o su gobierno municipal. Creo que acerté en alguna ocasión, seguro que también me equivoqué a menudo y no me siento ni avergonzado ni orgulloso de mis opiniones. Fueron las que fueron y procuré escribirlas lo mejor que pude. Ahora bien, ese publirreportaje sobre cómo viste, cómo se peina o tal la señora Colau es vergonzoso y vergonzante. No juzguen a alguien por quien es ni por su pinta, sino por lo que hace, o por lo que no hace. Juzguen los actos. No sean equidistantes, porque hay posturas a las que uno no debería arrimarse ni con pinzas, pero sean ecuánimes; es decir, juzguen a todo el mundo con la misma vara de medir. Porque está muy mal tolerar en los nuestros lo que es intolerable si lo hacen los demás.
Por otro lado, este "reportaje" de los vestiditos y el "look" de la señora Colau no lo he visto yo del señor Trias, por ejemplo. O todos moros o todos cristianos. Pocas veces verán uno de estos «análisis» protagonizado por un hombre, pero protagonizados por mujeres, uno detrás de otro. No es justo.
La señora Colau se despidió del Ayuntamiento y supongo que sus compañeros del pleno harían alguna colecta para regalarle, no sé, un ramo de flores, un libro o algo. Los canapés, si los hubo, ya sabemos que correrían a cargo del presupuesto municipal, pero un detallito siempre se agradece. Naturalmente, la susodicha tuvo que soltar un discurso. No puede dejarse sola a la señora Colau cuando hay un micrófono cerca.
Se quejó de las élites de la ciudad, ente abstracto que nunca nadie cita con nombres y apellidos. Antes se llamaban poderes fácticos, pero los tiempos cambian que es una barbaridad. Dijo (cito) que «lo que más me ha decepcionado de Barcelona son las élites provincianas, mediocres y avariciosas». Creo que esto lo firmaría yo también.
Ay, el «yo también», tan típico de los discursos de la señora Colau. Cuando se ponía un tema de moda, le faltaba tiempo para decir «yo también (lo que sea)». Parecía un chiste. Pero era el reflejo de una forma de hacer política que se ha instalado entre nosotros. Lo inmediato, el corto plazo, el quedar bien con palabras huecas, pero también el narcisismo, el adanismo, la cursilería, todo ello como síntoma de un virus que ha infectado a toda nuestra clase política, de un lado, del otro y de la parte de en medio. Si es posible, haciendo distinción entre ellos (los malos) y nosotros (los buenos) y alzando una pared que hace imposible acuerdos razonables o diálogos civilizados donde quepamos todos, o casi todos.
El resto del discurso… Bueno, ustedes mismos. Yo he intentado averiguar lo que de verdad me tenía intrigado. He preguntado aquí y allá por los canapés, si hubo, en el acto de despedida. Nadie ha soltado prenda y mis indagaciones han fracasado. Lo siento. Pero sí que me han contado que una vez, en un acto oficial, sirvieron bocadillos de pepino porque Barcelona era "vegan friendly". Qué disgusto se llevó el personal invitado, porque ya me dirán ustedes si así se saca el vientre de penas.