“¿Qué más se puede decir sobre el periodismo cuando es Juan Guerrero quien toma la palabra?”, se lo pregunta Bru Rovira en el prólogo a Los abrazos del viento, con textos inacabados del propio fotógrafo, que se fue hace ya casi un año. El libro ha sido editado junto a otro, formado por una amplia selección de fotografías que le hicieron sus compañeros y amigos, y titulado con una frase suya “Alma, vida y corazón”, paráfrasis del bolero de Los Panchos, señala los tres elementos que, decía, debía tener una buena fotografía.
Todos los fotógrafos tienen fotos de sus compañeros, explicaba Joan Sànchez, uno de los promotores del homenaje. Las disparan, a veces adrede y a veces a modo de probatura, mientras esperan que empiece un acto o que llegue el figurón de turno. Hoy aquellas fotos sirven para recordar al amigo, para recordar aquella vez que le conocieron, para recordar tantos otros momentos en los que le trataron y le escucharon. Porque cuando Joan Guerrero hablaba se paraba el mundo congelado ante su mirada fotográfica.
¿Juan o Joan? De ambas maneras. Como tantos otros catalanes había nacido fuera de Catalunya, pero al llegar se había integrado en las diversas comunidades de las que formó parte. Porque Catalunya es eso: una pluralidad de comunidades, casi todas ellas plurales y casi siempre plurilingües. Se integró en Santa Coloma, donde se instaló en 1965 y vivió el resto de su vida y formó parte de las asociaciones de vecinos y de la revista Grama, todo un hito en la prensa local catalana. Se integró en los trabajos que tuvo; sus compañeros de la época de El Correo Catalán aún recuerdan sus arengas desde lo alto de una rotativa, comprada y amordazada por Jordi Pujol. Se integró en las asociaciones profesionales y en los medios en los que colaboró. Y se integró en Catalunya, alternando el Juan que utiliza Bru Rovira en uno de los textos que lo evocan o el Joan que utilizan otros. Respondía siempre, quizás por eso cuando sus amigos de la entidad Catalunya Mirades Solidàries decidieron compilar las imágenes que otros compañeros le habían tomado la respuesta de la profesión fue inmediata, positiva y entregada. En pocos días los organizadores tenían más de 400 imágenes de las que han terminado seleccionando unas 200.
Muchos de aquellos compañeros acudieron el pasado martes, 26 de noviembre, al MNAC a la presentación de los volúmenes. Se ofrecen juntos, dentro de una envoltura que rememora las cajas de cerillas. En su Tarifa natal, una caja de cerillas fue uno de los primeros juguetes del niño que siempre fue Juan Guerrero. Con ella inventó una cámara fotográfica para mirar y captar el mundo y la vida que hay en él. “La fotografía me permitió acercarme al alma de la gente”, decía modestamente Guerrero.
Javier Pérez Andújar, uno de los amigos y colaborador del homenaje, cree que, en realidad, Guerrero no sólo captaba el alma, la intercambiaba, capaz como era de ponerse en el lugar del otro. Pero si hubiera podido vivir sin cámara, hubiese captado igual el hálito vital de los demás, porque era, como dice el subtítulo de uno de los volúmenes, “un hombre bueno”, en el sentido de Antonio Machado, poeta al que profesaba una generosa devoción.
Laura Tarré, historiadora del arte, explica que Joan era fotógrafo del camino: salía, andaba, miraba y encontraba, por lo general a otro ser humano. Una imagen machadiana: se hace camino al andar. Se hace camino y amigo, añade Pérez Andújar, señalando la proximidad fónica de ambas palabras.
El MNAC tiene en su haber una serie de fotografías de Guerrero, fotografías en las que siempre hay gente, siempre hay alma. Los asistentes al acto pudieron verlas y apreciarlas expuestas en la cúpula del museo. Joan Guerrero vivió lo suficiente como para saber que sus fotos estarían en el MNAC. Se sintió eufórico y alegre, con esa alegría que le caracterizaba, contagiosa, brillante, como el satinado del papel fotográfico.
No hay una musa de la fotografía, pero sí un teórico: Walter Benjamin, que supo captar su sentido en La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, donde apunta la coincidencia de este nuevo arte de masas con el despunte del socialismo.
El sábado 30 de noviembre se hará un segundo acto en el parque fluvial de Santa Coloma, cercano a Can Zam, en el que se expondrán algunas de las imágenes de los libros y se entregará a Sebastiao Salgado el primer premio de fotografía Joan Guerrero. ¡Cómo le hubiera gustado a Joan Guerrero cubrir un acto en el que estuviera presente el fotógrafo brasileño, un amigo en esa distancia que nunca fue el olvido!