Televisión Española pasó hace unos días un excelente reportaje sobre Chaves Nogales (disponible en TVE Play) en el que éste reflexionaba sobre el auge de los totalitarismos de los años 30. Se produjeron, sugería, sobre el descrédito del sistema democrático que se iba mostrando incapaz de garantizar la convivencia. Sus enemigos (por la derecha y por la izquierda) no tuvieron dificultades para convencer a unas masas airadas de la conveniencia de ensayar otras vías.

Ya se vio lo que daban de sí. Lo triste es que, en cierto sentido, en el presente hay mucha gente empeñada en esparcir la sensación de que los gobiernos electos, en la medida en que no disponen de mayorías absolutas, son incapaces de gobernar y resolver los problemas.

Pasa con el acceso a la vivienda, para lo que ni municipios ni comunidades ni gobierno central parecen encontrar solución. Pero empieza a pasar en asuntos más pequeños.

En el caso de Barcelona, además del estancamiento de obras como el aeropuerto, el puerto y los ferrocarriles, que son todo cuestiones mayores de difícil resolución, el consistorio parece incapaz de controlar incluso el tráfico.

Hasta ahora no ha podido (o no ha querido) garantizar que las aceras sean para los peatones, de modo que se han convertido en pistas de carreras para bicicletas, patinetes y hasta motos. No ha sabido (o no ha querido) salvaguardar el uso de los carriles reservados al transporte público.

El caso, escandaloso en sí, de los motoristas disfrazados de Papá Noel paseándose impunemente por Barcelona es significativo. Los vecinos, hartos, decidieron ocupar la calle y cortar la Gran Via. ¡Hartos de la ineficacia de la Guardia Urbana! Y como no es posible que entre los agentes haya más comportamientos indolentes que en cualquier otro colectivo, cabe pensar que es un problema de organización y dirección de recursos.

Lo que resulta grave es trasladar el conflicto a la ciudadanía. Esta vez se evitó la confrontación directa, aunque se multiplicaron los problemas del tráfico. La próxima puede acabar peor.

El equipo que dirige Jaume Collboni está trabajando en una nueva ordenanza cívica. Bien está adaptar las normas a los tiempos, pero mientras llega, no estaría de más que se hicieran cumplir las actuales.

En el caso de los ejes verdes (al margen de los varapalos judiciales que ponen en la picota a los servicios jurídicos municipales) cuánta verdad hay en aquel dicho de que el infierno está empedrado de buenas intenciones.

Consell de Cent y las calles que también se han pacificado son hoy pasto de vehículos mal aparcados. En la calle de Girona, entre Consell de Cent y Aragó, hay una empresa de paquetería a la que le ha tocado el gordo: dispone de aparcamiento gratis y constante.

Hay días en los que se agolpan allí hasta seis furgonetas al mismo tiempo. Pero el resto de la vía, supuestamente verde, no está mejor. La nueva ordenanza podrá decir lo que quiera, pero si se cumple tan escrupulosamente como la normativa actual, no hace maldita la falta.

Eso, si no se reproduce el método de la oposición a los motoristas disfrazados y los vecinos, hasta las narices, deciden bajar en tropel y arremeter contra quienes ocupan indebidamente su espacio y emiten gases contaminantes que se suponía que debían ser emitidos en otras calles de Barcelona.

Lo peor de todo es que ninguno de los gobiernos con responsabilidad en el asunto ha sido capaz de convencer a buena parte de la población de los problemas del comportamiento incívico. Los motoristas que se pasearon indebidamente por Barcelona explicaban que ellos no hacen daño a nadie.

Unos, desde la ignorancia, están convencidos de que la contaminación acústica y de gases no resulta perjudicial; otros, posiblemente, piensan que les importa un bledo porque es más importante su derecho a hacer lo que les venga en gana. Y no será por falta de campañas explicativas.

Sea como sea, Barcelona necesita evitar que el futuro sea el de los peatones contra otros colectivos. Necesita que la Guardia Urbana haga su trabajo (convenientemente dirigida) y no tengan que asumirlo los vecinos, antes de que algún demagogo les convenza de que lo que falla es el sistema democrático.