Como tantas otras obras, las del campo del Barça se eternizan. Sin consecuencias, salvo para los vecinos que deberán seguir aguantándose. Iban a estar listas en noviembre, por eso se pidió permiso para trabajar de noche.
Ni así. Luego se dijo que febrero y ahora ya ni se sabe. El club adjudicó los trabajos a una empresa extranjera que, obviamente, no tenía personal en Barcelona. Da igual: siempre se puede subcontratar.
Este tipo de trabajos debe dejar mucho margen, porque es evidente que, pese a las subcontratas, la firma ganadora tendrá también beneficios. Eso si, la subcontratada no subcontrata a su vez.
Al final, los costes se recortan por la parte más débil: el sueldo de los obreretes, en situación dudosa según diversas inspecciones laborales.
Eso al Barça actual no le importa. Han pasado ya a la historia los tiempos en que iba de bueno y llevaba en la camiseta publicidad de UNICEF. Ahora su presidente (elegido por los socios) elogia las relaciones con los países árabes en los que los derechos humanos no son ni siquiera papel mojado.
En los que los derechos de la mujer ni se contemplan. (Nota marginal, pero relevante: a esos países quiere llevar la Federación un campeonato femenino. Para que aprendan. Las de aquí).
Al Barça actual sólo le mueve el dinero.
Hubo un tiempo en los que casi cada año se fichaba un jugador del Mónaco. O se traspasaba a ese equipo algún barcelonista. Algunos malpensados no dejaron de anotar que Mónaco es un paraíso fiscal. Opaco. Nunca hubo pruebas de nada, de modo que es posible que los malpensados no tuvieran razón.
En los tiempos presentes, Mónaco ya no cuenta: es preferible mirar hacia los países del golfo pérsico, ricos en petróleo y petrodólares. Después de todo, no es sólo el Barça. Muchas empresas los aceptan en su accionariado. Poderoso caballero es don dinero.
Hay quien critica al presidente de la entidad, que es el presidente que quieren los socios. El que ha ganado las elecciones. Puede que sea un populista (antes se les llamaba demagogos) pero dice lo que los socios quieren oír.
Y éstos le votan, aunque sepan que miente. Como otros de su calaña sabe adaptarse al auditorio. Sabe encontrar un enemigo exterior, aunque sea inventado, cosa que siempre une al personal del interior.
Claro que no todos los barceloneses son del Barça, de modo que el club no debería dar por sentado que todos tragan con sus necesidades. Si Joan Laporta quiere pulirse ahora los ingresos de los próximos 20 años, allá él y quienes se lo consienten.
Si quiere repartir comisiones entre empresas amigas, mejor para éstas. Si quiere fichar a precio de Messi a un jugador que ni se sabía si podría jugar, es asunto suyo y del jugador. Pero ahora pretende ocupar ad calendas graecas una parte de la ciudad que es de todos. Por falta de previsión en las obras y capacidad para ejecutarlas. A los vecinos, que les den.
El entorno del Camp Nou es un ir y venir constante de camiones. Una molestia de ruidos y polvo. Inconvenientes de tener un vecino que se cree con derecho a todo.
Sin compensaciones. Porque puede que algunos bares y tiendas se beneficiaran tiempo ha de la afluencia de turistas, pero hace ya años que el club les hace la competencia desde los comercios y restaurantes instalados en terrenos propios, junto al mal llamado museo.
Ahora, además, se cree con derecho a utilizar el Estadi Olímpic de Montjuïc hasta que le venga en gana, poniendo en peligro una actuación de los Rolling en Barcelona. Como si fuera la ciudad la que lleva el nombre del club y no a la inversa.
Claro que quienes deberían poner coto a tanta prepotencia son unas administraciones públicas cuyos representantes tienen garantizado un sillón en el palco.
Y eso vale mucho. Más que la tranquilidad de los vecinos. Además, también las obras públicas incumplen los plazos (siempre alargándolos), de modo que comprenden perfectamente las tribulaciones de Laporta.
El presidente del Barça no es el único con licencia para mentir. La comparte con muchos otros. Y de buen grado.