Seguramente me equivocaré porque no estoy en los entresijos de las negociaciones de los presupuestos del Ayuntamiento de Barcelona, pero tengo la sensación de que las cuentas municipales no se aprobarán.

Solo hay un resquicio posible, desde mi punto de vista, para que los grandes números del consistorio puedan pasar con éxito por el pleno municipal. Y ese resquicio es, ni más ni menos, que los posibles aliados del alcalde Collboni se avengan a lo prioritario y se dejen de las veleidades de lo secundario. O sea, el resquicio es tan minúsculo que por eso llego a la conclusión de que en 2025 se mantendrá la prórroga del 2024.

Cierto que el alcalde puede echar mano de la moción de confianza, pero solo puede hacerlo dos veces en un mandato. Y echó mano de la cosa el año pasado. Dudo que Collboni quiera repetir la jugada. No porque no salga, que saldría, sino porque seguramente quiera esperar a 2026 para encarar el final de su mandato con nuevas cuentas.

Y se lo puede permitir, porque los presupuestos de 2024 eran lo suficientemente expansivos para que 2025 no cojee. No es lo mismo que un nuevo presupuesto pero se le parece mucho, y más con las ordenanzas fiscales aprobadas.

Los socios están pensando más en su futuro que en el presente de los barceloneses. ERC se ha puesto estupenda y ahora dice que se planteará entrar en el gobierno municipal dentro de tres meses. ¿En serio? Pues sí, en serio, o al menos lo parece a pesar de que hay un acuerdo escrito y cerrado desde hace un tiempo entre republicanos y socialistas.

Ahora no toca, porque ERC sigue lamiéndose las heridas. Tres meses son una eternidad y más sin presupuestos, a no ser que ERC pretenda que no los haya.

De momento, Elisenda Alamany no quiere entrar en el gobierno municipal porque eso de pactar con el PSC es casi una herejía. Se hace la remilgada con listado de escrúpulos encima de la mesa.

Escrúpulos inexistentes en 19 municipios catalanes donde ERC gobierna gracias al PSC; en 9 alcaldías gestionadas por los socialistas de la mano de republicanos; en las diputaciones de Tarragona y Lleida, donde ERC salvó los muebles por el apoyo socialista; y en el Área Metropolitana de Barcelona donde los independentistas, y los comunes, se afanaron por entrar en el gobierno metropolitano dirigido por el mismo del que abominan: Jaume Collboni.

Y aquí no solo ERC entró, sino también Junts per Catalunya que, dicho sea de paso, también gobierna con el PSC en 19 consistorios. Las incongruencias republicanas también llegaron el año pasado a la Diputación de Barcelona. El Ayuntamiento no se merecía su apoyo pero les faltó tiempo para respaldar los números de la Diputación. Vamos, que el nivel de escrúpulos está por los suelos.

Algo parecido les pasa a los comunes que gobiernan Diputación de Barcelona y AMB, pero tienen el hacha de guerra siempre desenterrada en Barcelona porque el mal perder es lo que tiene. Y más cuando no se supera. Janet Sanz quiere ser una alumna aventajada de Colau para afianzarse en la silla -léase candidatura- que puede perder si la señora exalcaldesa vuelve de sus años sabáticos que está dedicando a arreglar el mundo.

Por eso arenga a los suyos, o se arenga a sí misma para autoconvencerse, afirmando que los comunes gobiernan desde la oposición sacando a relucir en la negociación todo tipo de propuestas que no pueden ser aceptadas por alguien que, simplemente, quiere gobernar y volver a poner a la ciudad en el mapa.

No lo tiene fácil Collboni porque las prioridades de Barcelona y las de los posibles socios no cuadran. Por eso, soy pesimista. Mejor que nos preparemos para un año sin presupuestos porque ni Alamany ni Sanz están por la labor. Su preocupación se centra en ellas mismas y en el futuro de sus organizaciones.

Veremos en ese futuro qué pesa más. Si no llegar a acuerdos -esto también vale para Catalunya- para dinamitar la estabilidad de un gobierno de izquierdas, o alcanzar consensos en esa izquierda que tiene un enemigo común que viene en forma de populismo de ultraderecha, con el inestimable apoyo de la derecha de “toda la vida” -PP y Junts- que teme verse aniquilada por la marcha de los nuevos tiempos.